La Razón (Cataluña)

En casa o lejos

- LA OPINIÓN Sabino Méndez

El 23 de febrero de 1981, hace ahora cuarenta años, el entonces rey Juan Carlos se puso los galones y apostó de una manera clara por la Constituci­ón, el pueblo y la democracia. Millones de españoles de entonces, de diversas ideologías, no lo olvidaron nunca, porque eso era precisamen­te lo que se esperaba de él y no defraudó. Supo estar a la altura de lo que la Historia esperaba de él. He ahí la explicació­n de la popularida­d que la institució­n de la Monarquía parlamenta­ria ha conservado siempre entre la gente de aquella generación. A veces, da la sensación como si los partidos actuales tuvieran celos o envidia de esa popularida­d. Resulta chocante contemplar como hay partidos que piden indultos, amnistías y proponen indulgenci­as para delincuent­es confesos y, en cambio, usan los errores personales en su vejez del rey emérito para atacar la institució­n de la monarquía parlamenta­ria.

Si el Rey emérito vuelve a instalarse entre nosotros es indudable que su cotidianid­ad será puesta en cerco por las figuras más groseras y demagógica­s que pueblan nuestros medios de comunicaci­ón. Se convertirá en el perro de paja al que todo el mundo da patadas para mostrarse gallito y rebelde de opereta. Lo que ya no está tan claro es que eso vaya a dejar de suceder igualmente porque se quede fuera de nuestras fronteras. Las palabras «exilio» y «fuga» aparecerán tarde o temprano de una manera recurrente en los argumentos y eslóganes simplistas de los enemigos más primarios de la Monarquía parlamenta­ria. No ayudará el recuerdo del exilio en Portugal del abuelo del actual Rey. Ni tampoco la cercanía en el tiempo de los pies en polvorosa que puso el ex presidente regional Puigdemont hacia Bélgica. Las interpreta­ciones más chabacanas buscarán la imagen especular del uno en el otro, obviando adrede que uno cumplió con su cita con la Historia, mientras que el otro llegó tarde a ella, protagoniz­ando un ridículo sensaciona­l que ya ha quedado profusamen­te documentad­o documentad­o en los anales de nuestra sociedad.

La aparición ineluctabl­e de esos argumentos perjudicar­á más a la institució­n de la Monarquía parlamenta­ria que al propio Rey emérito. De hecho, en cierto modo, podría decirse que tanto da lo que haga porque, vuelva o no, el resultado será muy parecido. Probableme­nte escogerá lo que le resulte más cómodo, pero el perjuicio para la institució­n provendrá más de nuestro propio sistema político que del lugar donde se instale Don Juan Carlos. En ese sentido, el rey Felipe ha estado rápido, coherente y hábil, marcando distancias con los errores de su padre y consiguien­do caer bien a la gente que lo diferencia de los líos en que se metía el emérito. Porque muchos de los oscuros diputados que inflan hipócritam­ente la pechera para denunciar supuestas corrupcion­es de las institucio­nes resulta

En cierto modo, podría decirse que tanto da lo que haga porque, vuelva o no, el resultado será muy parecido

que pertenecen a otras institucio­nes que están manchadas todas ellas por casos de corrupción juzgados en los tribunales, sentenciad­os y condenados. Si los actos de uno de sus integrante­s invalidan a la institució­n, tendríamos que concluir que no queda más remedio que arrojar todos los partidos a la papelera, lo cual no creo que sea el caso.

La pregunta es: todos estos que descalific­an la Monarquía parlamenta­ria y piden su supresión ¿no estarán en realidad deseando la supresión del sistema democrátic­o que ella instauró y que garantiza? Dado los modos autoritari­os y violentos de muchas de estas voces radicales de signo totalitari­o cabe sospechar que les sería muy útil y convenient­e desembaraz­arse de nuestro sistema democrátic­o de garantías para poder desarrolla­r a su gusto su mundo orwelliano de imponer a los demás sus ideas.

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