«ME SORPRENDIÓ LO MAL QUE ME EXPRESÉ»
SiSi le sirve de consuelo, a nosotros no nos sorprendió lo más mínimo. Desde aquel «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado» estamos curados de espanto y cada vez que se deje seducir por su inveterado optimismo, como si le costara darnos malas noticias, ya sea con la cepa británica, la brasileña, la surafricana o la que, Dios nos asista, acabe con todo, comprobará que el agradecido pueblo español seguirá disculpándole con ese salvoconducto del que sólo gozan algunos privilegiados y que se resume en «son las cosas de...». Ahora bien, si quiere evitar enojosas confusiones no estaría de más que descolgara el teléfono y llamara a la ministra de Sanidad para que, siguiendo la cadena de mando, ésta le comunicara al presidente del Gobierno la conveniencia de suspender, con las facultades extraordinarias que le confiere el vigente estado de alarma, no sólo las procesiones de Semana Santa, que va de abono, sino las manifestaciones feministas del 8M, especialmente las que se han autorizado en Madrid en áreas declaradas por la Comunidad de riesgo extremo de contagio. Total, poco tienen que celebrar las mujeres españolas, que se están llevando lo peor en materia de empleo y salarios en este año nefasto y pese al gobierno más feminista de la historia. Ni siquiera lo del «sí es sí» de la ministra Irene Montero, convenientemente laminado por el Consejo General del Poder Judiciales en una de esas decisiones tomadas por unanimidad que dejan en pañales lo suyo de las mascarillas. Por lo menos, en estos largos meses hemos aprendido que el coronavirus es muy contagioso, se trasmite por el aire y como te pille mayor o con «patologías previas» te manda al otro barrio. Certezas científicas que, en la tradición de las grandes líneas de actuación de la epidemiología moderna, aconsejan no juntarse mucha gente. Por lo menos, hasta que se cumpla su pronóstico y a final de mes se acabe la pandemia y podamos irnos de bares.