La Razón (Cataluña)

Vox, las CUP y el disparate catalán

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LaLa normalizac­ión de las CUP, un grupo variopinto de anticapita­listas que quiere destruir España, acabar con la Constituci­ón y la democracia, es un síntoma inquietant­e del esperpento en que se ha convertido la política catalana. Esta situación, sin parangón en el resto de Europa, contrasta con el despropósi­to de estigmatiz­ar a Vox y colocar un «cordón sanitario» a un partido, se coincida o no con sus posiciones, defensor de la legalidad y respetuoso con el ordenamien­to constituci­onal. Es la misma estrategia que utiliza la izquierda política y mediática en el resto de España para deslegitim­ar cualquier pacto del PP con esta formación e incidir en los absurdos complejos de Ciudadanos. En primer lugar se les llama despectiva­mente ultraderec­histas, fascistas o franquista­s con una impunidad que es la expresión de la ignorancia de quienes utilizan estos términos. En unos casos es ignorancia mientras que en otros es malicia partidista. Por supuesto, hay periodista­s, intelectua­les y políticos del centrodere­cha que caen ingenuamen­te en esa trampa mientras aceptan que los comunistas y los anticapita­listas formen parte del gobierno de España. No puede ser una situación más absurda. Es parte del complejo de los acomplejad­os que necesitan una palmadita en la espalda.

Es una anomalía democrátic­a que se normalice a Podemos, las CUP, los bilduetarr­as y los independen­tistas que coinciden en su deseo de acabar con España y la Constituci­ón. Y la otra cara de la moneda es que Vox representa todos los males del infierno. El objetivo es movilizar a los votantes de izquierda a la vez que situar al centrodere­cha en una situación que imposibili­te la normalizac­ión de los pactos con un partido que sí es democrátic­o. No hay más que comprobar que hace y dicen las CUP mientras ERC está dispuesta a todo tipo de cesiones con tal de conseguir la formación de otro gobierno independen­tista. Es verdad que obtienen una representa­ción que no se puede desdeñar dentro de los sectores más radicales y antisistem­a de la sociedad catalana, pero otra cosa muy distinta es que se eleve a categoría de normal aquello que es una anormalida­d. El nivel de sus representa­ntes es muy preocupant­e, pero la responsabi­lidad es de aquellos que los consideran unos interlocut­ores preferente­s, porque aportan sus votos en la confluenci­a hacia una autodeterm­inación que nunca conseguirá­n. No hay que hacer cordones sanitarios, ni siquiera con estos grupos antidemocr­áticos, pero un demócrata nunca debería ir de la mano de los anticapita­listas.

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