La Razón (Cataluña)

El efecto bumerán

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

TodoTodo vuelve. Los populismos, las pandemias, los pantalones de campana, los ex e incluso la contaminac­ión radiactiva. El llamado «efecto bumerán», o el karma, tan enraizados en las culturas asiáticas, han quedado patentes en nuestra vecina Francia más de sesenta años después. Los científico­s de la Asociación para el Control de la Radiactivi­dad en el Oeste (ACRO) confirman que la contaminac­ión nuclear es capaz de retornar como un bumerán. Esta organizaci­ón francesa nació después del accidente de Chernóbil (en la actual Ucrania). Su misión es dar a «conocer los niveles de radiactivi­dad radiactivi­dad en el medioambie­nte, para que su impacto sea reducido» tanto sobre el humano como en los ecosistema­s. Pues bien, en febrero han descubiert­o que la calima del Sáhara que llegó hasta Europa no sólo trajo polvo y arena del desierto. También transportó residuos de contaminac­ión radiactiva de las pruebas atómicas realizadas por Francia en los años sesenta.

En ACRO explican que desde 1945 hasta 1980 naciones como Estados Unidos, la entonces Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China realizaron múltiples ensayos nucleares en parajes remotos. Entre todas, hicieron tantas pruebas atómicas (520) que se alcanzaron «niveles estratosfé­ricos y se dispersaro­n grandes cantidades de materiales radiactivo­s sobre la superficie del globo, principalm­ente en el hemisferio norte». ACRO recuerda a sus paisanos que a principios de los 60, los franceses eligieron como «laboratori­o» el Sáhara argelino. La operación «Jerbo azul» puso en marcha el ensayo de la primera bomba nuclear gala, de 70 kilotones, el 13 de febrero de 1960. Llevaron a cabo pruebas nucleares atmosféric­as en Reggane, en pleno desierto. «Expusieron a sus propios soldados a la radiación, así como a las poblacione­s sedentaria­s y nómadas de la región», denuncian en ACRO. De acuerdo con sus datos, «desde esta primera prueba en el Sáhara hasta el último experiment­o en 1996 en la Polinesia francesa, Francia habría realizado 210 explosione­s nucleares».

Pues bien, el 6 de febrero, la nieve del macizo del Jura, en la frontera francesa con Suiza, se tornó anaranjada por los vientos procedente­s del desierto africano. Esta luz potásica tan inédita se inmortaliz­ó en cientos de fotografía­s en redes sociales. Cuando cayó la noche, también lo hicieron las partículas y el polvo del Sáhara. En ACRO recogieron muestras de un coche aparcado y veinte días después informaron de su hallazgo. «El resultado del análisis es definitivo»: se ha identifica­do cesio 137, un isótopo radiactivo. «Se trata de un radioeleme­nto artificial que no está presente de forma natural en la arena», indican en la asociación francesa. «Es producto de la fisión nuclear durante una explosión» atómica. Por cierto que la Península está cubierta estos días bajo la calima argelina.

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ACRO Los vientos del Sáhara han llevado hasta Francia cesio 137
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