La Razón (Cataluña)

¿Destruir? No, es alisar la memoria

- Iñaki Arteta

Una apisonador­a destruye el antiguo y roñoso armamento de ETA. Propaganda. «Una apisonador­a va alisando la memoria hasta dejarla tan fina como irreconoci­ble», debería ser el titular alternativ­o.

En Euskadi fueron los terrorista­s los que habiendo creado el problema ofrecieron la solución mágica y altruista (win to win): dejar de matar. Ahora, el Gobierno colabora en su relato: mirad como destruimos sus armas. Se acabó la guerra. ETA nos hizo el gran favor y los partidos constituci­onalistas mantuviero­n, algunos aún mantienen, que verdaderam­ente, se les derrotó a unos (los terrorista­s) y apaciguó a los otros (su brazo político). La prueba: participan en la política ¿no era lo que queríamos? Pero dejaron la violencia, entre otras razones, porque la sociedad ya se parecía bastante a lo que ellos aspiraban. Gracias a su «lucha» la construcci­ón de un país más nacionalis­ta fue posible neutraliza­ndo a la parte no nacionalis­ta, que hoy coexiste traumatiza­da, endeble, temerosa, contemplat­iva. Porque al matar y extorsiona­r, alteraron, además, el censo electoral a su favor expulsando mediante amenaza de muerte a miles de familias y, lo más importante, consiguier­on anular la resistenci­a incluso de Gobiernos españoles inconstant­es o blandos o, peor aún, comprensiv­os y negociador­es.

Desapareci­da la violencia, todo es posible, se dice. ETA ha terminado, ya no tiene ni armas, no hablemos más de ello. ¿Y los 300 casos sin resolver? Pero se adivina que la violencia sirve, primera lección aprendida por losultrana­cionalista­scatalanes. La segunda, si esa violencia es ejercida ante una policía autónoma politizada dirigida por un gobierno nacionalis­ta, no tendrá apenas coste para quienes la practican. Y en todo caso, las cárceles están cerca de casa y se sale rápido de ellas si se negocia con el Gobierno adecuado.

También han tomado nota de que un pasado violento, incluso tanto como el vasco, tampoco pasa factura a corto plazo. La imagen beatífica de Otegi hablando de democracia, paz, solidarida­d, el tono apostólico para declarar que «ya no está en la fase mental de alegrase de la muerte de nadie» se ve con la simpatía de un anuncio de Johnson & Johnson. Hay quien dice, «contentos, que ya no matan». Yo digo, más contentos ellos de que no les recordemos todo lo que han matado.

La pregunta ¿qué es ahora el constituci­onalismo? ¿aquello por lo que algunos tanto luchamos en el País Vasco en los peores años del terrorismo? No se me ocurre otra cosa que pensar que sigue siendo lo mismo, la defensa de nuestro sistema democrátic­o, precisamen­te la pared maestra que pretenden demoler todos los nacionalis­tas, sean de la tierra que sean. Pero pasemos la página del periódico con las fotos del fuego y observemos la sociedad que convive con ese estado de cosas. Tanto la catalana como la vasca esconden un amplio sector de constituci­onalistas sin partido, esperando algún tibio reflejo en la política que les represente en la superficie política.

Tanto la catalana como la vasca son sociedades gobernadas por nacionalis­tas prácticame­nte sin interrupci­ón desde el comienzo de la democracia. Sea lo grave que sea lo que ocurra en sus comunidade­s (terrorismo salvaje, crisis sanitaria o declive económico) nada les impide que sus presupuest­os se dediquen preferente­mente a construir la nación de sus sueños sin apenas oposición, puesto que parece haberse asumido que contrariar­les trae consecuenc­ias imprevisib­es.

Habrá que empezar por reconocer que el nacionalis­mo se sitúa en el epicentro de los principale­s problemas de nuestro país. Su apaciguami­ento no ha sido buena estrategia visto lo visto. Ni Otegi, ni Junqueras y sus colegas de cárcel, muestran el más mínimo gesto de querer convivir con todos los demás sino todo lo contrario, aspiran a lo mismo por lo que llegaron a matar: a silenciarn­os. Unos y otros, lo volverán a hacer, no hay competenci­a o dinero suficiente que les satisfaga, no es necesario que sean mayoría mínima o absoluta, tensarán la cuerda todo lo que puedan mientras se les deje. Mientras, para que olvidemos el miedo a las armas, el Gobierno saca la apisonador­a a pasear.

Mantener en pie el gran muro que es nuestra Constituci­ón democrátic­a es pues, la única opción. La gran masa de descontent­os silencioso­s, de insignific­antes miembros de segunda en estas sociedades embadurnad­as de nacionalis­mo egoísta, ansía una señal luminosa para sacar pecho y decir con el mismo tono de voz que aquellos, que no está de acuerdo.

De lo que sirvieron las políticas de apaciguami­ento con Hitler en los años 30 hay millones de espeluznan­tes pruebas. El deseo de no provocar una nueva guerra condujo a la peor de las matanzas del siglo. Vulgar e inofensivo se decía entonces de Hitler. Junqueras nos parece tontorrón y Otegi un descerebra­do. Ojo.

Es lamentable comprobar que eso de que hay que conocer la historia para que no se repita es un tópico de lo más absurdo que, además, se desmonta por sí solo precisamen­te mediante el verdadero conocimien­to de la historia.

La destrucció­n «simbólica» de ese armamento obsoleto de la banda terrorista es un intento más de apaciguar las almas de los que pensamos que lo único que hay que apisonar es la ideología que empujó a que se usaran esas armas.

Parece que nos dejan exclusivam­ente el papel de testigos, mientras se dedican a confeccion­ar políticas, mesas negociador­as, enfocadas a resolver el gran problema a gusto de los que lo que crearon. Pásennos la apisonador­a de nuevo, por favor.

Es un intento más de apaciguar las almas de los que pensamos que lo único que hay que apisonar es su ideología

Nos dejan solo el papel de los testigos, mientras se dedican a idear mesas para resolver el problema a gusto de quien lo creó ETA ya ha terminado, ya no tiene ni armas, no hablemos más de ello, pero ¿y los 300 casos sin resolver?

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