Un hombrecillo «patético y normal»
Adolf Eichmann (Solingen, Alemania, 1906-Ramala, Israel, 1962) fue un burócrata gravemente implicado por la maquinaria nazi en uno de los crímenes más nauseabundos de la Historia. La filósofa Hannah Arendt caló su insignificancia durante el proceso de Jerusalén en su «Estudio sobre la banalidad del mal». Peter Malkin, el agente del Mossad que coordinó su secuestro en Argentina, dijo lo mismo con otras palabras: «Era un hombrecillo suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros».
Afiliado al partido nazi (1932), ingresó en las SS, se formó en Múnich y en el campo de concentración de Dachau, de donde pasó al Departamento de Asuntos Judíos de las SS, que le encargó «cribar» a los judíos vieneses, mostrando tanta diligencia que se le encomendó lo mismo en Praga.
Heydrich se llevó al discreto y eficaz organizador a la reunión de Wansee (20-1-1942), encargada de coordinar el exterminio de los judíos que se hallaran en territorio dominado por el Tercer Reich o sus aliados. Eichmann actuó como secretario de la reunión y se mostró tan conocedor del asunto que se le encargó la deportación de los judíos de Hungría y Rumanía a los campos de exterminio. De una u otra forma, estuvo relacionado con la muerte de tres millones de judíos.
Tras la derrota huyó a América. Vivió a salto de mata recalando, finalmente, en Buenos Aires como probo padre de familia y honesto chupatintas. En 1960, cuando su anodina existencia parecía haber dejado atrás su terrible pasado, fue localizado por el Mossad, que lo trasladó a Israel, donde fue condenado a muerte y ahorcado.