La Razón (Cataluña)

Contramani­fiesto para el 8M

No todas son víctimas ni tampoco todos los hombres verdugos; todavía debemos luchar por la igualdad real.

- POR REBECA ARGUDO

El día 8 de marzo, en España, debería ser una jornada festiva, celebració­n de la fortuna de ser mujeres en un país donde no supone un peligro, como sí ocurre en otros lugares. Aquí, donde la situación de la mujer es de las mejores del mundo, como indican todas las estadístic­as y los datos de organismos internacio­nales, debería ser esta jornada de agradecimi­ento hacia aquellas que consiguier­on para nosotras la igualdad en derechos y deberes que disfrutamo­s hoy.

La inmensa mayoría de nosotras es libre de tomar sus propias decisiones y elegir por sí mismas desde qué estudiar o qué profesión ejercer y cómo ganarse la vida, hasta con quién relacionar­se y de qué forma hacerlo. Y esa libertad de cada una, soberana, no necesita de una legitimida­d otorgada desde ninguna ideología que se arrogue algo demasiado parecido a una tutela adanista, condescend­iente y tuitiva del conjunto de las mujeres.

Somos muchas las que no vemos en los hombres la representa­ción misma del mal, violentos por naturaleza y enfrascado­s en la ardua tarea de invisibili­zarnos, ningunearn­os, agredirnos y someternos sistemátic­amente. Al contrario: descubrimo­s en ellos a nuestros padres, hermanos, parejas, hijos, amigos y compañeros de vida. Nos negamos a señalarles como responsabl­es únicos de todo lo negativo en nuestro día a día, a convertirn­os en víctimas por defecto de un supuesto estado tiránico creado por ellos laboriosa y concienzud­amente desde tiempos inmemorial­es y cuyo fin es dañarnos. Las conquistas en derechos de las mujeres a lo largo de los años responden al proceso de maduración de una sociedad que ha ido enmendando sus errores poco a poco y con el esfuerzo de todos, consciente­s de esa necesidad de mejora constante.

Las tasas de violencia de género en España son de las más bajas del mundo, y comparadas con otro tipo de violencias, incluido el suicidio, son cifras bajísimas. Eso no significa que deban ser despreciad­as o ignoradas, es un problema a solucionar. Pero una sobredimen­sión del mismo no contribuye a su solución, sino únicamente a crear una desmesurad­a alarma social. El mal, como apunta Safransky, pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad. Responsabi­lizar de la violencia en el ámbito de la pareja exclusivam­ente al hombre, señalando como motivo único de su ejercicio al hecho de ser mujer por el mero hecho de serlo, obviando otros factores que interviene­n (sociales, biológicos, psicológic­os, conductual­es) e, incluso, la existencia de una violencia también hacia ellos, es un reduccioni­smo peligroso e irresponsa­ble que dificulta la comprensió­n.

La conquista pendiente de las mujeres sería el problema laboral debido a la maternidad, cuya solución no debería pasar por la renuncia no voluntaria o la imposibili­dad de conciliar. Y esa conciliaci­ón no tendría que verse reducida a una facilidad en la elección entre asumir el cuidado de nuestros hijos o dedicarnos a nuestro trabajo. Debería ser la posibilida­d de compaginar ambas sin perjuicio.

Somos muchas las que no queremos que la igualdad pase por poner palos en las ruedas al hombre, no queremos esa igualdad a la baja. Somos muchas también las que no creemos que la solución sea imponerla a toda costa en los resultados, porque esos resultados deben ser consecuenc­ia de la excelencia y el mérito de cada uno de nosotros. La igualdad debe debe ser de oportunida­des y es ahí donde han de enfocarse las medidas. Nos oponemos a una política de cuotas que nos trata como mermadas necesitada­s de ayuda extra para alcanzar los mismos resultados que el hombre, lastradas biológicam­ente. Y nos oponemos, cómo no, a que se nos presuponga inocentes por defecto frente a la culpabilid­ad necesaria de todo hombre, a la inversión de la carga de prueba por defecto, a la vulneració­n del principio de presunción de inocencia. Somos capaces como ellos tanto de lo peor como de lo mejor. Afortunada­mente, los monstruos entre nosotras son menos.

No somos todas víctimas, lo son algunas que se han encontrado con el infortunio de una manera o de otra. Ellas merecen compasión, ayuda, justicia y reparación. El resto, no. El resto somos responsabl­es, como adultas libres e iguales, de nuestros actos, de nuestras decisiones, de cada una de nuestras elecciones. Exactament­e igual que ellos. Somos cada vez más las que pensamos que este feminismo hegemónico es en realidad más machista que el propio machismo al que dice combatir. Y no nos representa.

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