A contracorriente
Si me hubieran invitado, yo sí habría acudido a la destrucción de las armas incautadas por las fuerzas de seguridad a diversas organizaciones terroristas, muy especialmente a ETA. Durante veinte años, no les oculto que, en ocasiones en soledad, he defendido la necesidad del acuerdo entre los grandes partidos nacionales en cuestiones que sobrepasan la política partidaria. Dicho de otra forma, he tratado de diferenciar la política diaria de lo que podríamos denominar «cuestiones de Estado»: la educación, la política exterior, nuestra posición en la UE, la lucha contra ETA y muy especialmente la política que la nación debería desarrollar en el País Vasco y Cataluña. La enumeración no tiene voluntad exhaustiva, pero no sería mucho más amplia; son cuestiones que sobrepasan las energías de un partido concreto, que deben trascender, gobierne quien gobierne y que, por lo tanto, deben ser producto de un acuerdo entre las fuerzas políticas nacionales llamadas a alternarse en el gobierno.
Esa política que fortalece las instituciones y que convoca a la mayoría de la sociedad alrededor de ellas en otros países –amigos, vecinos e integrantes del mismo club político–, ha sido la decantación de sus respectivas historias, en ocasiones pacífica y en otras dominada por los instintos bélicos del ser humano. Nuestra historia no nos ha permitido asentar nuestra convivencia sobre esos denominadores comunes que hacen más fuertes y poderosas las instituciones, alrededor de las cuales se desenvuelven unas sociedades abigarradas de diferencias y a la vez unidas poderosamente en unas cuantas cuestiones de naturaleza muy fundamental. Por ejemplo, no es menor la división política francesa que la española; pero a ellos en los momentos claves les unen las instituciones republicanas y una visión ampliamente mayoritaria de su pasado, a veces real y en ocasiones interpretada convenientemente para unir a la nación gala. Esos «denominadores comunes», que les permiten diferenciarse, discutir radicalmente radicalmente y administrar una pluralidad abigarrada, en España históricamente no los hemos sabido conformar; ni nos sentimos mayoritariamente convocados por las instituciones, ni tenemos una visión de nuestro pasado compartida mayoritariamente.
La derrota policial y social de ETA debería ser una realidad fecunda para el acuerdo, una convocatoria armónica para los españoles, no habiendo mejor representación de su derrota que la destrucción de las armas que las Fuerzas de Seguridad les arrebataron en sucesivas, numerosas y heroicas acciones policiales. Se debió realizar el acto hace años, debió reunir entonces y también ahora a los grandes partidos, a los representantes de nuestro pasado reciente, y también a los actuales representantes políticos
El acto se debió realizar hace años y debió reunir entonces, y ahora también, a los grandes partidos
para interpretar con altura de miras, con política grande el gran éxito que supuso la derrota de la banda terrorista. Y todo esto sin condicionar, ni modificar nuestra posición sobre la política presente.
Pero, seguimos sin saber distinguir la política diaria de los intereses nacionales. Hace semanas expresé mi rotunda oposición a que el gobierno dependiera para la aprobación de los PGE de HB-Bildu, partido que sigue haciendo apología política del sufrimiento provocado por ETA. Esta posición rotunda y permanente, mientras los bildutarras no acepten el marco democrático, porque por ahora sólo se benefician de él para conseguir sus objetivos políticos, no me habría impedido asistir a un acto de Estado que trasciende al gobierno actual, que simbolizaba la derrota policial de ETA y el recuerdo a las víctimas.