El pandémico cine español de 2020
Es imposible no tener en cuenta el impacto que la covid, con sus secuelas sociales y económicas, ha tenido y sigue teniendo sobre la producción cinematográfica tanto internacional como nacional. Las dificultades para producir, rodar y estrenar con normalidad han venido a sumarse a una tendencia obvia desde hace años hacia la transformación de los canales de producción, distribución y exhibición, condenando a la práctica extinción las salas de cine como vehículo principal para el estreno, sustituidas por plataformas digitales y pantallas multimedia. Los cambios, que quizá se hubieran producido de forma gradual y menos traumática, se han acelerado con la pandemia, la reclusión y el cierre o reducción de salas, aforos y festivales.
Pese a ello, los Goya 2021 se nutren todavía en esta edición de filmes producidos casi todos antes de la covid, que se han visto afectados a la hora de su estreno comercial, pero no tuvieron que lidiar al menos con los protocolos sanitarios a la hora de rodarse. Por tanto, la pandemia nacional (que podría haber dicho Berlanga) de nuestro cine, es otra. Es la misma que se extiende por todo el cine europeo. La de un cine buenista, lleno de preocupaciones e intenciones sociales y morales dizque «progresistas», que carece cada día más de cualquier genuino interés por el medio como forma de arte para convertirse en exempla didácticos que tienen más en común con la sala parroquial que con el espectáculo y la narrativa audiovisual.
De los títulos que han llegado a las categorías de mejor película y mejor dirección, se salva por los pelos el interesante retorno a la pantalla de Juanma Bajo Ulloa, «Baby», cuyo universo más estilizado y turbio se resiste al adocenamiento, aunque ha buscado también un tema y personajes afines a la moda feminista. El resto son de una transparencia ideológica y una carencia de cualquier interés formal abrumadoras.
Así, la explotación y el drama de la emigración contados a los espectadores como si fueran niños de parvulario, imitando el estilo coral a lo Iñarritu con quince años de retraso («Adú»); o diversas perspectivas aparentemente distintas sobre el empoderamiento femenino que, sin embargo, confluyen en una única dirección programática («Ane», «La boda de Rosa», «Nieva en Benidorm» y la única que se salva por su frescura: «Las niñas»).
La corrección política
En general, directores (y directoras) que se aferran cómodamente a sus fórmulas (la comedia teatral de Cesc Gay, la dramedia de Iciar Bollaín, el falso noir rancio de Isabel Coixet...), incrementando su corrección tanto política como formal. Los pocos thrillers («No matarás», «Black Beach», «Orígenes secretos», «El plan») o comedias atrevidas («Explota, explota», «Historias lamentables», «Ni te me acerques»), quedan para categorías técnicas y actorales, cuando no directamente fuera de la liza, mientras el fantástico se refugia en las series («30 monedas»). En el documental, donde hubo una sorprendente cosecha, se han preferido aquellos comprometidos socialmente, con excepción de «Anatomía de un dandy», a otros tan interesantes como «Dear Werner» o «The Mystery of the Pink Flamingo» que «solo» hablan de cineastas.
Esta concentración en un cine didáctico «necesario», de sangrante pobreza expresiva y formal, recuerda los peores tiempos del cine nacional-católico del siglo pasado, travestido ideológicamente pero igualmente agotado y agotador. A este paso, llegará un año en el que nos quedemos como la protagonista de la única (y por tanto ganadora) película de animación nominada este año al Goya: turulecos. Quizá de eso se trata.