La Razón (Cataluña)

La infanta que cambió la historia de los Borbones

Varios autores aseguran que un bofetón privó a don Carlos de la Corona

- POR JOSÉ MARÍA ZAVALA

Mujer de armas tomar, la infanta Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias (1804-1844) se las arregló como pudo para variar el rumbo de la historia de los Borbones, igual que hizo propiciand­o la boda de Fernando VII con su hermana María Cristina. Un terrible ataque de gota puso en peligro la vida de su cuñado Fernando VII el 14 de septiembre de 1832. Postrado en el lecho de su regio dormitorio, en el palacio de La Granja, los médicos desahuciar­on al monarca mientras su amada María Cristina permanecía junto a él atendiéndo­le como una primorosa enfermera, preocupada por el futuro de su hija Isabel. Sus razones tenía la reina para estar inquieta por la sucesión, pues en la cámara del infante don Carlos se cantaba ya victoria antes de tiempo. Incluso entre los diplomátic­os extranjero­s era unánime el convencimi­ento de que, fallecido el soberano, el trono pasaría a don Carlos, en lugar de a una reina niña como Isabel.

Sola y titubeante, María Cristina temió lo peor. Su hermana Luisa Carlota se hallaba lejos de la corte, en Andalucía; de don Carlos y su camarilla no se fiaba. Confió entonces en quien nunca debió hacerlo: el ministro de Gracia y Justicia Tadeo Calomarde, un antilibera­l que ya había traicionad­o a su protector Godoy aprovechán­dose de la generosida­d de Argüelles. Y un oportunist­a sin escrúpulos que pretendía ahora abandonar a la hija del rey moribundo para arrojarse en manos del pretendien­te carlista.

Calomarde sugirió a la reina que persuadies­e al monarca para firmar un decreto nombrándol­a a ella regente y al pretendien­te, primer consejero. Pero el infante, como esperaba Calomarde, rechazó semejante propuesta, ante lo cual el ministro urdió una regencia conjunta que don Carlos también rehusó. Junto a Calomarde, acosaban a la reina con el mismo propósito el ministro de Estado, conde de Alcudia, el obispo de León, el enviado de Nápoles Antonini, los condes Solaro y Brunetti, representa­ntes de Cerdeña y de Austria, y hasta el confesor de María Cristina, don Francisco Telesforo. Todos ellos advirtiero­n a la soberana de que, para evitar los horrores que vendrían con una guerra civil, debía dejar que la Corona recayese en las sienes de don Carlos. La Historia echó en falta entonces la fortaleza de carácter de la infanta Luisa Carlota, que no hubiese sucumbido, como sí hizo María Cristina, a las amenazas de los corifeos del pretendien­te. Rendida ante las presiones, la reina indujo a su agónico marido a rubricar un codicilo que derogaba la Pragmática Sanción y, por tanto, las esperanzas de que la hija de ambos, Isabel, pudiese reinar algún día.

El 18 de septiembre de 1832 Fernando VII firmó, obnubilado, el documento en forma de decreto, sumiéndose luego en un profundo letargo. En la cámara de don Carlos daban ya por muerto a Fernando VII, rindiendo pleitesía al nuevo rey. Sucedió entonces lo que nadie hubiese imaginado: reventando caballos, la infanta Luisa Carlota llegó a Madrid la madrugada del día 22. Enterada por el decano del Consejo de Castilla de lo acaecido en La Granja el 18, se presentó allí de improviso con el infante Francisco de Paula. El rey mejoraba ya levemente. En el pasillo se topó con su hermana y la recriminó, llamándola «regina di gallería» por su falta de aplomo. Con Calomarde se encaró luego y... ¿le abofeteó? Para algún autor, como Comellas, el sonoro guantazo fue pura historia ficción, aunque la impetuosa y resuelta Luisa Carlota fuese capaz de repartir más de un sopapo.

Ocasión perdida

La «leyenda» de la bofetada, como la calificaba Comellas, podía confundirs­e con el suceso acaecido dos años atrás, en 1830, cuando el general Luis Fernández de Córdova, insultado por el ministro, le propinó uno tremendo que le derribó al suelo. Abofetease o no Luisa Carlota a Calomarde, lo cierto es que la intervenci­ón de la infanta arrebató a don Carlos la ocasión más clara de ceñirse la corona. Repuesto Fernando VII, el 31 de diciembre de 1832 anuló por decreto el codicilo del 18 de septiembre, el cual, según el mismo monarca denunció, le había sido dado a firmar en contra de su voluntad.

Aquel mismo día, el rey entregó a su esposa el regio bastón de mando mediante otro decreto que la habilitaba para despachar los asuntos de Estado durante su convalecen­cia. Pero en los pocos meses de vida que restaban al monarca, la verdadera soberana fue la infanta Luisa Carlota, hasta el punto de que Cea Bermúdez, primer secretario del Despacho Universal, se reunió casi a diario con ella.

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LA RAZÓN Luisa Carlota pasó a la Historia como una mujer casi siempre impetuosa y resuelta

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