La Razón (Cataluña)

Feminismo sin género e ideología

- Carmen Morodo

ElEl feminismo es transversa­l. La igualdad entre hombre y mujer es un principio que no debería distinguir por género ni por ideología. Tampoco debería hacerse política con él. Pero la derecha se equivocó al ceder espacio a la izquierda en una causa en la que la calle va en otra dirección. Y la izquierda se equivoca ahora al llevar esta batalla al barro político. Yo en un día como hoy deseo, por ejemplo, que ninguna de las jóvenes que nos rodean sean por definición sumisas porque someter sus decisiones, sus carreras, a las de sus parejas las dañará a ellas y al conjunto de la sociedad al privarnos de todo el valor humano y profesiona­l que pueden aportar. Pero para que una mujer no se vea obligada a ser sumisa todavía hoy necesita unas condicione­s económicas y sociales que refuercen los cambios culturales. Y en esto no se avanza cuando la batalla se lleva a un pulso por ver quién se cuelga una medalla en debates elitistas y demasiados teóricos.

«A mí no me acosa nadie si no me dejo». La frase aparece en el arranque del documental sobre el «caso Nevenka», que produce Newtral, y la arroja una señora de bien, de capital de provincia, que podría haber sido la madre de la joven que señaló hace 20 años a Ismael Álvarez, su jefe y alcalde de Ponferrada, por acoso sexual. Nevenka ganó, pero este documental me obliga todavía a reflexiona­r sobre las opiniones de algunos de los que sientan cátedra en la plaza pública.

Ese pensamient­o de que a una mujer no la acosa nadie, si no quiere, sigue estando en la cultura de una parte de la sociedad. En la empresa, en la política... Sólo que, como ahora está mucho peor visto, hay más obligación de disimularl­o. Esa parte de la sociedad que considera que el honor del hombre implica no ser dominado por una mujer y no comportars­e como una mujer.

El modelo social sigue poniendo más barreras a una mujer que a un hombre. Pero en la izquierda se matan por la pancarta y en la derecha siguen sin encontrars­e. No se dan cuenta de que no representa­n a cientos de mujeres que no tienen trabajo, a las que trabajan por sueldos miserables, a las que cargan en silencio con el maltrato porque no tienen dónde ir, a las que han renunciado a sus carreras para cuidar de hijos o padres, o a las que, como Nevenka, todavía hoy tienen necesidad de recordar a un hombre que pueden ser guapas, pero, ante todo, son inteligent­es.

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