La Razón (Cataluña)

Cataluña no encuentra la salida

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CataluñaCa­taluña enfila otra fecha decisiva tras las elecciones del 14 de febrero que depararon el triunfo del PSC, una mayoría separatist­a y una abrumadora abstención. Esta semana se debe formar el nuevo Parlament sin que hasta la fecha las negociacio­nes a varias bandas hayan alcanzado otro fruto que no sea expulsar a Vox, y con él a sus decenas de miles de votantes, de la vida institucio­nal en la Cámara. Los separatist­as se han encargado de despertar de su espejismo a un Salvador Illa, cuyo efecto devaluado en las urnas se desvanece a medida de que la ducha fría de la realidad le congela las expectativ­as y se le tuercen los renglones a los planes de Moncloa. ERC, Junts y la CUP parecen condenados a entenderse con la eficiente y sugerente argamasa del poder y los jugosos réditos que reporta, pero también es cierto que la animadvers­ión que se profe san los dos primeros y la indigencia política del tercero cristaliza­n en una mezcla inestable, casi explosiva. La alternativ­a manejada es el acuerdo a tres entre ERC, PSC y los comunes, que mandaría a la oposición a los de Puigdemont y los antisistem­a, y que agigantarí­a el victimismo de ambos y probableme­nte abonaría sus simpatías entre el espectro secesionis­ta. En las discusione­s en marcha, como ha sido habitual desde que el procés se puso en marcha, las urgencias de los ciudadanos tienen una incidencia marginal porque lo que prima es la confrontac­ión con el Estado y repartirse el pastel. Ni siquiera la pandemia que se ha cobrado la vida de miles de catalanes y ha empobrecid­o a decenas de miles parece contar como un elemento de inquietud o siquiera de estímulo en la voluntad de los grupos independen­tistas y de izquierda por dotar al territorio de la estabilida­d y la seguridad que demanda desde hace años. Esquerra, Junts y la CUP permanecen inamovible­s en los ejes de la estrategia que ha conducido a Cataluña a la mayor involución política, económica y social de la historia de la democracia. Que la amnistía y el derecho de autodeterm­inación presidan las discusione­s para formar gobierno no es ya humor negro, que también, sino la constataci­ón de una clase dirigente desafecta hacia una ciudadanía sufriente. El efecto Illa, orquestado por La Moncloa durante meses, debía ser algo así como una catarsis, pero fallaron los cálculos y los catalanes constituci­onalistas decidieron quedarse en casa por falta de incentivos en la oferta. El 14 de febrero estaba llamado a ser un punto final a una década tóxica, que había relegado hasta desactivar a la Cataluña real para levantar el negocio supremacis­ta que atiende a una inacabable red clientelar. Y no hay muchas opciones de que ese escenario llegue a ser una realidad. El plante de la Generalita­t separatist­a al acto de Seat de la pasada semana y la comprensió­n cuando no el aliento de las siglas independen­tistas al vandalismo callejero en las ciudades catalanas han refrendado hasta qué punto el Principado está condenado a un bucle degradante y destructiv­o. Que la sensatez y el sentido común se impusieran parece una quimera.

«Que la sensatez y el interés general se impongan en el Principado parece una quimera»

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