Los últimos de Fukushima se sienten abandonados
Una década después del tsunami, más de 36.000 desplazados no han regresado a casa y muchas zonas permanecen contaminadas
En Fukushima, el recuerdo del terremoto y el tsunami que se cobraron hace ahora diez años 18.500 vidas inunda todos los rincones. Los pueblos están prácticamente desiertos y muchos comerciosy viviendas abandonados. Aunque tras la tragedia el Gobierno declaró algunas zonas habitables y los hay que ya han vuelto a sus localidades, todavía hay más de 36.000 personas desplazadas. Este año, la prefectura ha sido elegida para comenzar el relevo de la antorcha olímpica en Japón. Para ello, se han asfaltado las calles y embellecido algunos edificios. Pero este lavado de cara es considerado por muchos como una manera de tratar de borrar las devastadoras consecuencias de la peor catástrofe desde la Segunda Guerra Mundial.
Aquel desastre obligó a evacuar a más de 160.000 personas en la zona y a clausurar en los alrededores de la central nuclear de Fukushima algunas localidades en las que a día de hoy la contaminación todavía impide acceder. Un total de 337 kilómetros radioactivos en los que está prohibida la entrada pese a las labores de limpieza y los nuevos diques.
Mientras, las poblaciones ya habitables combinan zonas reconstruidas con edificios derruidos en cuyos comercios se acumula el género que aquel 11 de marzo quedó para siempre expuesto y sin vender. Lugares en los que aquellos que han decidido regresar se debaten entre los sentimientos de empezar de nuevo mientras borran de la memoria aquella ola que acabó con todo de un plumazo, y donde el Gobierno busca la recuperación económica a través de proyectos que acaben con el estigma nuclear de los productos de la región.
Sin embargo, para los lugareños alcanzar cierta normalidad no es tan sencillo. Muchos no han podido volver a sus casas, otros lo perdieron todo y los hay que ni siquiera han recuperado el cuerpo de sus familiares. Unos consideran que curar las heridas llevará más que dinero y tiempo. Otros temen que nunca se sobrepondrán. Yayoi Haraguchi, profesora de Sociología en la Universidad de Ibaraki, admite que aunque la mayoría de los evacuados se han adaptado a la situación, problemas como la pobreza, el desempleo, la sensación de alienación y la angustia mental han persistido. «Puede parecer que las cosas están bien, pero muchos problemas invisibles se esconden bajo la superficie», explica.
Mientras, en la planta nuclear de Fukushima Daiichi todavía siguen trabajando alrededor de 5.000 personas. Allí, de vez en cuando saltan las alarmas de los contadores móviles de radioactividad Geiger recordando que todavía quedan unos 30 o 40 años antes de que logren desmantelar y limpiar todo el complejo. Una década atrás, el tsunami dañó cuatro de sus reactores convirtiéndolos en un amasijo de hierros y dejó 900 toneladas de combustible fundido, ahora mezclado con escombros radioactivos.
Además, en tres de los cuatro reactores quedó combustible nuclear gastado almacenado en las piscinas de refrigeración después de que se fusionaran parcialmente sus núcleos tras el accidente. Hasta hace apenas dos semanas no se habían podido completar las labores de extracción, cuando se logró por primera vez retirar el material del reactor 3. Para conseguirlo, los operarios trabajaron a unos 500 metros protegiéndose de la radiación y usaron una grúa equipada con un brazo robótico. Sin embargo, todavía quedan pendientes los reactores 1 y 2, en los que hay mil unidades de combustible gastado almacenado que no comenzará a retirarse hasta 2024, según la empresa Tokio Electric Power (TEPCO).
«Han pasado casi 10 años del accidente de Fukushima, pero con respecto al largo proceso de desmantelamiento, todavía estamos rondando la línea de salida. Tenemos un largo camino por delante», aseguró el gobernador de Fukushima, Masao Uchibori. «El paso más difícil es la recuperación segura y estable de los escombros, pero no sabemos en qué estado se encuentran», dice.
Ése es el mayor miedo de muchos japoneses que tras el terremoto que causó el accidente en la planta se han posicionado en contra de la energía nuclear. Hisae Unuma, una agricultora que ahora vive en la prefectura de Saitama, cerca de Tokio, tiene muy claro que no regresará aunque el Gobierno retire la tierra radiactiva de sus campos. «No importa la amenaza de terremotos, esos reactores podrían explotar si alguien deja caer una herramienta en el lugar equivocado», afirmó. Para ella, aquel lugar no volverá a ser seguro hasta que se eliminen los núcleos radiactivos.
A día de hoy, en el país nipón solo funcionan nueve de los 54 reactores que lo hacían en marzo de 2011, año en el que Tokio los paralizó para reforzar la normativa nacional sobre seguridad nuclear. Antes del accidente el país generaba el 30% de la electricidad con esta energía frente al 6,2% de 2019. Ahora, aunque cada vez son más las voces que no quieren que el archipiélago regrese a la senda nuclear, el Gobierno prevé para 2030 que el 20-22% de la energía lo sea, algo que muchos expertos ponen en duda.
Kaori Nagatsuka, una ex residente de Tokio, se mudó a Malasia con sus dos hijos tras la crisis nuclear de Fukushima temerosa de las consecuencias radioactivas ante accidentes de este tipo. Desde allí, comenzó a ayudar a otros evacuados que estaban considerando salir de Japón.