APISONADORA DE LA MEMORIA
LaLa pasada semana el Gobierno bipolar se acodó en la barra libre y discrecional de la moral pública para regalar a la propaganda oficial la dramaturgia de la apisonadora. Armas con la caducidad cumplida, con sello terrorista e historial oxidado fueron achatarradas a la orden ejecutiva del presidente del Gobierno. Fue un espectáculo, en efecto, chirriante, con sonido estridente en el enrarecido clima del auditorio solemne. La desangelada performance pretendía ser un testimonio de convicción del inquilino de La Moncloa sobre su, ya saben, reconocida lealtad a las víctimas del terrorismo. Hay palabras que se las lleva el viento y las de Pedro Sánchez, la más tenue brisa azuzada por los viernes negros de Marlaska y su compañía de transporte con parada y fonda en las cárceles vascas. Asesinos agraciados con las mercedes gubernamentales, mientras sus herramientas de matarifes se convierten en útiles cargados cargados de pasado. Estos hicieron su parte en esta vida, mientras los otros andan en la sala de espera de una jubilación dorada. Pero la apisonadora no tendría que poder con todo y menos aún con la memoria. Los muertos no deberían quedarse solos mientras los verdugos concelebran las fiestas patronales y el aurresku de honor se danza sobre la sangre inocente derramada y los potes vertidos de las cuadrillas borrokas. Al exedil socialista Isaías Carrasco, acribillado por ETA en Mondragón hace trece años, ya no hay gracia que lo salve, nunca la hubo. Su viuda y su hija (imagen, durante el homenaje de ayer) penan dolor y ausencia. Nunca habrá rodillo que aplaste su dignidad.