«EL TERRORISMO Y LA MUERTE NUNCA TIENEN LA ÚLTIMA PALABRA»
LaLa presencia del Papa en Irak no ha sido una más de sus estancias evangelizadoras por tantos rincones del mundo. Francisco ha acudido a una tierra martirizada por el fanatismo criminal yihadista que se ha cebado con los cristianos en el enésimo episodio de persecución de los fieles a la cruz. Las cifras relatan una historia pavorosa de aniquilamiento en plena contemporaneidad. De los casi 1,5 millones de cristianos antes de la invasión liderada por Estados Unidos en 2003 que derrocó al dictador Sadam Husein, y que daban testimonio de su credo casi desde el origen de la religión, apenas 300.000 han resistido ese peregrinar por un vía crucis de sangre y fuego entre la guerra y el integrismo genocida. El Santo Padre predicó por la paz y la justicia en medio de las ruinas y la memoria del dolor incontenible y contribuyó al futuro con escenas y diálogos ecuménicos y oficios en rincones que fueron testigos mudos de suplicios y tormentos. Ayer, en Qaraqosh, de la que sus habitantes de mayoría cristiana escaparon tras la llegada de los terroristas del Estado Islámico (EI), animó a reconstruir su comunidad, a volver a empezar y demostrar que «el terrorismo y la muerte nunca tienen la última palabra». Es una guía moral que debería dirigir a toda sociedad que pretenda progresar con dignidad y nobleza. Ceder ante el mal primario en un instante de desesperación y renuncia no es una flaqueza de este tiempo; la resistencia tiene límites y el ser humano no es mártir por naturaleza. Hacerlo por intereses o estrategias bastardos, traicionar principios superiores por cálculos egoístas y de poder, es una conducta que retrata las miserias de los individuos en cuestión. Ya se sabe que lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada. Pero es más abominable todavía considerar la degradación de aquellos que pasan por honestos y decentes, que simulan combatir la vileza y que, en realidad, se confabulan con ella para dominar a los demás. Y sí, ojalá el terrorismo no tuviera voz ni voto.