Capitalismo y feminismo
Aunque el 8 de marzo en teoría solo se celebra el Día de la Mujer Trabajadora, en la práctica suele organizarse un aquelarre anticapitalista. La razón es que las reivindicaciones de esta jornada han sido capturadas desde hace años por la izquierda e incluso la extrema izquierda, lo que lleva a que los mensajes que desde allí se articulen entronquen con su marco ideológico. En realidad, las diatribas anticapitalistas deberían casar muy mal con el feminismo, pues fue la emergencia del capitalismo lo que en gran medida permitió que la mujer adquiriera autonomía frente al posible yugo familiar.
En particular, el desarrollo económico promovido por el capitalismo ha permitido abandonar la división sexual del trabajo –propia de sociedades pobres y tradicionales, donde el rol de la mujer sí está realmente subordinado– posibilitando que las mujeres dispongan de otras opciones para realizarse personal y profesionalmente distintas al mero cuidado familiar (con ello no queremos decir que las mujeres, o los hombres, que hoy opten por dedicarse al cuidado familiar no estén realizando sus propias vidas: sí lo hacen porque ésa es una decisión voluntaria que adoptan en el contexto, además, de muchas otras opciones de carrera profesional de carácter extrafamiliar).
De hecho, los psicólogos Gijsbert Stoet y David C. Geary mostraron en una investigación reciente que la calidad de vida de las mujeres alrededor del globo está fuertemente correlacionada con el grado de desarrollo económico de las sociedades en las que habitan (el cual, a su vez, está correlacionado con la calidad de las instituciones capitalistas que posean esas sociedades). Más en concreto, los autores construyen un índice básico sobre desigualdad de género que aúna tres indicadores: la esperanza de vida, la tasa de escolarización preuniversitaria y el grado de satisfacción vital autoevaluada; es decir, una persona disfruta de calidad de vida si vive durante muchos años, si esos años son felices y si ha podido educarse para conocer las distintas alternativas disponibles para ser feliz: se evalúan negativamente en el índice, pues, las vidas largas pero infelices; las vidas cortas y felices, o las vidas largas y felices en la ignorancia.
Considerando conjuntamente estos tres indicadores, descubrimos que son los países pobres o subdesarrollados –sociedades agrarias en las que la mujer permanece recluida en casa y fuera de las escuelas–, aquéllos donde la posición socioeconómica de la mujer se halla fuertemente deteriorada con respecto a la del hombre en estos tres indicadores básicos. En cambio, en las sociedades más ricas y desarrolladas sucede justo al revés: es la mujer la que disfruta de una vida comparativamente mejor que los hombres (en esencia, porque viven durante más años y gozan de una tasa de escolarización ligeramente superior al hombre).
El 8 de marzo no debería atacarse al capitalismo en nombre del feminismo, sino más bien al contrario: aplaudir todo cuanto el capitalismo ha hecho por empoderar a la mujer.