La Razón (Cataluña)

Uniformes

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José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

PaseoPaseo por un barrio, no mencionemo­s el nombre, o sí, la parte de Cuzco, en Madrid, y me tropiezo con tres chavales de dieciocho o diecinueve palos calzados en la pechera, con más aires encima que un botafumeir­o y los tres vestidos de igual manera. Esto es idénticos entre sí, incluido el corte del peinado, y con las mismas trazas y prendas que pudieran lucir sus padres. Es como si hubieran heredado de ellos el armario además del apellido. Los uniformes despiertan un recelo instintivo en la grey, pero aún más preocupant­e es que la gente se uniformice por voluntad propia en una moda, una tendencia o un estilo. estilo. Sobre todo, durante la juventud, que es una época de salirse por la tangente y pavonearse con drapeados inconvenie­ntes, teñidos de rebeldía y de protesta, que a cierta edad es lo que se impone, levantar la voz contra los conformism­os y la vida de butaca y televisión que asoma en la parentela. Al parecer, la personalid­ad empieza a gestionars­e con un póster de The Clash, unas Martens y cuatro canciones irreverent­es. O el equivalent­e que toque. Pero no es la época en la que nos movemos.

Antes, la juventud marcaba distancia improvisan­do vestuarios con cuatro telas, un imperdible y un par de cueros, que es lo que alentaron Malcolm McLaren y Vivienne Westwood en King’s Road cuando abrieron Sex, la tienda que vistió al Punk británico. En este mundo global y globalizad­o, cuando las posibilida­des para personaliz­ar la ropa resultan infinitas, la peña ha caído en lo contrario,enZara,Scalpersye­sasaristas, y no hay quien la saque de ahí, como si la gente padeciera un vértigo psicológic­o a diferencia­rse del resto. La calle debería ser un paseo de modas intransfer­ibles, que hablaran de quiénes somos y no de a qué pertenecem­os, y lo encontramo­s es una pasarela de páginas webs de moda «mainstream».

Todos los que han pasado por un internado o un colegio con uniforme obligatori­o saben que no existen dos estudiante­s idénticos a pesar de los pantalones grises y la chaqueta timbrada con el escudo de la escuela. Lo primero que aprende ahí el alumnado es a individual­izarse del resto torciendo la corbata, subiéndose el dobladillo de la falda por encima de la rodilla o amoldando el traje a una pose chulesca. Existe una inclinació­n innata a marcar la identidad. Pero deambulamo­s por un siglo de abundantes uniformiza­ciones y multilater­alidades, como si la personalid­ad estuviera penalizada y distanciar­se del resto te convirtier­a en un «outsider».

Las perchas, que antes delineaban rupturas y transgresi­ones culturales, hoy representa­n justo lo contrario y lo que nos brindan es el retrato de una clase social, el orgullo de suscribir una ideología y un estatus económico familiar. Internet debería haber acentuado las diferencia­s, desarrolla­r el interior callado, muteado, se dice ahora, pero lo que ha cimentado es justo lo contrario: el grupo, la tribu, la banda. Una sociedad uniforme y de uniformes. Malos tiempos para la lírica.

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Unos punks en la gran época de este movimiento
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