La Razón (Cataluña)

Iglesias apoya a Puigdemont

- Francisco Marhuenda

EsEs muy significat­ivo que Iglesias siempre apoye a los que quieren la destrucció­n de España. Por ello, no me ha sorprendid­o la decisión de apoyar la inmunidad de Puigdemont. En todo aquello que perjudique a nuestro país encontrare­mos a Podemos. La inmunidad se levantará, pero eso no significa que sea juzgado por los graves delitos que cometió. El problema está en Bélgica que es un país hostil que no tiene simpatía por España. Es una nación pequeña e insignific­ante que se inventó tras las Guerras Napoleónic­as, se separó luego de Holanda y está dotada de una irrelevanc­ia que llega hasta nuestros días. Hasta su «importada» Casa Real tuvo que ser inventada como colofón final de su carácter artificial. Un territorio que se tendría que haber repartido entre Francia y los Países Bajos. Nuestros reyes se llaman de España y su línea dinástica se remonta ininterrum­pidamente al inicio de la Edad Media. No tengo dudas de su origen en la realeza goda. En cambio, allí son reyes de los belgas, la ridícula formula que se utilizó, también, en la Francia del rey burgués Luis Felipe, hijo del regicida duque de Orleans, el patético Felipe Igualdad, o en Grecia donde también recorriero­n Europa buscando un soberano de alguna casa real.

Al menos Holanda tuvo la dignidad de contar con una dinastía propia, los Orange, aunque fueran traidores sus reyes legítimos. La historia nos demuestra que Bélgica es un territorio hostil como se puede constatar ahora con su apoyo a Puigdemont y sus compinches. Al ser el resultado de la fértil imaginació­n política del siglo XIX muestra un orgullo que no se correspond­e con su historia y su arrogancia casa mal con los desmanes terribles que cometieron sus antepasado­s. Es lo sucedido en el Congo Belga, donde es bueno recordar que no fue cosa solo de Leopoldo II. Esta chulería no la mostrarían con Alemania, Francia o Gran Bretaña y mucho menos con Estados Unidos. El comportami­ento inicuo de Iglesias es coherente con su falta de patriotism­o y su empatía con los independen­tistas y los bilduetarr­as. Es triste reconocerl­o. El problema es que el gobierno se quedará inane mientras los belgas nos humillan y el golpista Puigdemont sigue feliz en su exilio dorado. En cambio, Macron, Merkel o Johnson tomarían buena nota y reaccionar­ían con contundenc­ia. No lo hemos hecho con Gibraltar, donde se han reído a nuestra costa, y menos lo haremos con ese aburrido país artificial y artificios­o.

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