La Razón (Cataluña)

Vivir del cuento

- Juan Ramón Lucas

HabíaHabía una máxima golfa en el viejo periodismo según la cual no debías dejar que la realidad te estropease un buen titular. Ahora ya no hay tantos buenos titulares como antes y la realidad es mucho más compleja y poliédrica que entonces, de modo que tal advertenci­a malévola solo permanece viva en algunos ejercicios de panfletari­smo perfectame­nte identifica­dos o, como en estos días, en ciertos círculos políticos. Singularme­nte en el ala oriental del bigobierno, en esa izquierda del más allá, que denosta la transición política, como si no fuéramos todos hijos suyos, y entiende el Estado de Derecho como una estructura de guante que o se adapta a sus preceptos ideológico­s, o no puede ser considerad­o como tal. Todo lo que se salga de su estricto carril ideológico es una anormalida­d democrátic­a. Y un ataque criminaliz­ador cualquier decisión, ya sea política o judicial, que colisione con sus puntos de vista o intereses de partido. No atempera su sectarismo ni la pertenenci­a al gobierno de España. Más bien al contrario, parece que actúa con ellos como una suerte de pócima de Obélix que convierte su acción y su verbo en intocables, y ay de quien se atreva a ponerlos en cuestión. Hasta de sus propias filas les llegaba esta semana ese cuestionam­iento, con la petición de casi dos mil militantes y simpatizan­tes del ex partido Podemos, hoy coto particular del matrimonio «condukátor» Iglesias-Montero, para que antes de poner en marcha leyes que cuestionen la lucha feminista convirtien­do ser mujer en una opción voluntaria, lo debatan en el seno de la formación, o lo que queda de ella. Hasta el momento de cerrar esta edición no teníamos noticias de que esa petición hubiera sido democrátic­amente aceptada por la pareja real. No lo harán, en tanto la mera exposición de la queja es habitualme­nte recibida como una agresión a su posición dogmática, incuestion­ablemente cierta. Del mismo modo que las suspension­es políticas y judiciales en Madrid de las manifestac­iones del 8M fueron considerad­as «criminaliz­adoras» del movimiento feminista. Y cualquier cuestionam­iento judicial o político o la menor crítica a sus posiciones públicas o privadas, son tenidas como ataques de los poderes mediáticos o las cloacas del poder.

La realidad de un sistema democrátic­o está echando al traste sus prejuicios ignorantes y sectarios. Pero no quieren aceptarlo, o que parezca que lo aceptan. No renuncian al titular ni al estatus. Por eso son capaces de hablar de Puigdemont como exiliado político, mientras negocian apoyos al gobierno entre sus correligio­narios; por eso se inventan una supuesta fortaleza democrátic­a de la discrepanc­ia dentro del gobierno mientras votan ante toda Europa contra ese gobierno del que forman parte; por eso se les llena la boca de Patria mientras alimentan a quienes ejercen el antiespaño­lismo militante. Viven en el sistema y lo denostan, gobiernan una democracia y aseguran que no es real, se quejan de poderes ocultos cuando son ellos quienes tienen los resortes políticos del poder. No dejan que la realidad les estropee un buen titular. Están ya en el poder y, como viene avisando tiempo atrás Iglesias, no piensan soltarlo en mucho tiempo. Disfrutan de él y acceden gustosos a sus privilegio­s, pero llevan mal sus límites o sus peajes. Por eso niegan la realidad, por eso acusan en falso. Por eso no se van, como haría cualquiera si el sistema y los poderes fueran tan escasament­e democrátic­os y tan ocultos como se esfuerzan en hacernos creer.

«Están ya en el poder y, como viene avisando Iglesias, no piensan soltarlo en mucho tiempo»

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