La Razón (Cataluña)

De la osadía a la cobardía: Puigdemont

- José Antonio Vera

Claro que Puigdemont iba de osado y de valiente pero, a la hora de la verdad, huyó como lo hacen los perros. Me lo encontré en la Nit de la Comunicaçi­ó de Perelada, con el gran Sergi Loughey como anfitrión del mayor evento musical del estio en el Alt’Empordá, y se nos vino el tipo arriba diciendo que «si lo que Rajoy quiere es ganar tiempo, conmigo lo lleva claro, porque vamos al referéndum y después a la independen­cia: nadie nos va a parar».

Estuve poco tiempo a su lado pues, aun siendo uno persona dialogante, lo de aquel individuo retorcía las vísceras. Planteaba en toda regla un jaque a la legalidad, que era también un jaque a la Constituci­ón y a las institucio­nes democrátic­as. Y no iba de farol, como algunos en el PP y en el Gobierno pensaban. Como tampoco lo iba Artur Mas cuando, en la réplica madrileña de su primera Diada, mucho antes de manifestar­se decepciona­do por el fracaso del Pacto Fiscal, dijo en discurso leído ante un auditorio atónito, que el objetivo de su mandato (acababa de comenzar) no era conseguir más autonomía ni autogobier­no, sino «hacer nuestra propia transición» ejerciendo «el derecho a decidir» para fundar la Republica catalana. Tampoco le hizo mucho caso nadie al entonces president, que tenía claro que su único objetivo era retorcer el conflicto con el Estado para alcanzar la independen­cia por la vía del referéndum. No es que quisiera convocar la consulta porque en Madrid no se atendían sus reivindica­ciones. Es que el fin único, exclusivo de su mandato, era la «ruptura», «hacer nuestra propia transición nacional».

Mas era hijo político de Pujol y Puigdemont de Artur Mas. Pujol sembró la semilla, Mas regó el arbolito y Puigdemont se disponía a recoger el fruto con total atrevimien­to. De manera que hizo el referéndum ilegal y declaró ilegalment­e la independen­cia derrochand­o osadía contra las institucio­nes del Estado. Lo que ocurre es que el Estado puede ser lento pero siempre funciona y al final es implacable. Como la Justicia, que le citó al día siguiente de la «gesta» secesionis­ta. Citación a la que el «valiente» president, tan agerrido en la bravata, hizo oídos sordos huyendo del país, dejando a los suyos tirados con una República tan falaz como el propio y nada «molt honorable» Puigdemont.

El prófugo de Waterloo lleva más de tres años viviendo a cuerpo de rey en Bruselas, a costa del dinero público español, mientras sus principale­s comandante­s se sometieron a juicio pasando la mayoría por la cárcel. Se ampara nuestro héroe en el «aforamient­o» que tanto él como Pablo Iglesias critican en el caso del Rey. El Rey no debe ser «aforado», pero ellos sí. La presunción de inocencia no vale para el emérito, que es moralmente reprobable, pero para el cabecilla separatist­a,

Pujol sembró la semilla. Mas regó el arbolito y Puigdemont se disponia a recoger el fruto de sus predecesor­es

sí. Tanto Puigdemont como Junqueras son «inocentes» por mucho que la Justicia demuestre lo contrario. Lo ha dicho Iglesias con el mismo entusiasmo con que defiende a la tiranía caraqueña de Maduro, al régimen teocrático de los ayatollah o a la dictadura cubana.

El voluminoso Junqueras fue tan delincuent­e o más que Puigdemont durante los negros sucesos del 1-O. Pero el caudillo de la ERC al menos dio la cara, asumió su responsabi­lidad, compareció ante la Justicia y defendió sus ideas desde el banquillo.

Puigdemont salió corriendo cual gallina, abandonó el barco el primero en lugar del último, dejó tirados a los suyos y se dedicó a vivir del cuento de la independen­cia en el oasis de Waterloo.Ayer sufrió un nuevo traspié. La Justicia en España es lenta, pero le pisa los talones.

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