BANKSY, DEL FUEGO PURIFICADOR A OTRA FORMA DE HACER NEGOCIO
«¿Estallará la burbuja de lo digital en breve? Los próximos meses serán apasionantes»
LaLa relación entre una obra y su precio de mercado está regida por el principio de máxima incertidumbre. No existen parámetros objetivos para fijar cuál es el precio del arte. Cualquier cosa puede suceder: un estado de ánimo, un aumento brusco de la demanda, un cambio inesperado de tendencia, una burbuja… pueden elevar la cotización de un trabajo a niveles irracionales, completamente inexplicables. Siempre ha sido así y siempre sucederá. Pero lo que viene sucediendo en el mercado de unos meses a esta parte está desconcertando, incluso, a aquellos acostumbrados a todo tipo de comportamientos anómalos del sector. El auge meteórico del arte digital ha destrozado cualquier atisbo de certeza que todavía pudiera sobrevivir. Y, para muestra, un botón. Hace unos días, un grupo de hombres enmascarados prendió fuego a una serigrafía de Banksy titulada «Morons (White)», en una ubicación secreta de Brooklyn. La destrucción de la obra fue retransmitida vía streaming a través de la cuenta de Twitter @BurntBanksy.
Los individuos participantes en esta acción trabajaban para una empresa llamada Injective Protocol, que poco antes había adquirido la pieza por 95.000 dólares. Lo más sorprendente de todo este proceso no fue la combustión de una obra valorada en casi 100.000, sino que, días después, un facsímil digital de ella fuera vendido por esta misma empresa por 382.000 dólares. Recapitulemos: se adquiere un Banksy, se destruye, se sustituye por una imagen digital de la obra antes de ser quemada y se vende por un precio casi cuatro veces superior. ¿Qué hace que valga más la imagen digital intangible de una pieza destruida que la propia pieza física? Y, además, ¿cómo pueden existir coleccionistas dispuestos a comprar la imagen de una obra que, si la buscas por Google, la encontrarás en forma de decenas de reproducciones? Es evidente que las prioridades están cambiando: antes se pagaban millonadas por el arte que podías tocar. Ahora, se pagan por aquello que no existe. Lo que sucede es que, en el caso de «Morons (White)», nos encontramos ante el primer caso de la historia en que un objeto artístico que existe materialmente es destruido para sustituirlo por su imagen digital. Aunque la locura tiene su truco. Como los propios artífices de la quema del Banksy afirmaron, la destrucción fue concebida como una obra de arte en sí misma. De manera que quien adquirió el facsímil digital no solo estaba comprando una reproducción, sino algo más: el acto de destrucción.
El facsímil digital constituye no solo una obra en sí misma, sino, igualmente, el lugar de una ausencia. El comprador está pagando tanto por un trabajo digital como por una realidad perdida. Es consciente de que eso que ha adquirido es una suerte de monumento fúnebre, la imagen de un muerto. ¿Estallará la burbuja de lo digital en breve? Los próximos meses se presentan apasionantes.