La Razón (Cataluña)

Un rearme para doblegar al virus

Los países que han logrado desarrolla­r vacunas son las grandes potencias que poseen asiento perpetuo en el Consejo de Seguridad de la ONU

- POR JULIO VALDEÓN

El 11 de marzo de 2020 la Organizaci­ón Mundial de la Salud declaró como pandemia la marea vírica causada por el nuevo coronaviru­s. El 30 de enero el Comité de Emergencia­s de la OMS ya había decretado una emergencia de salud pública internacio­nal, el máximo nivel de alerta. Un mes antes, el 31 de diciembre, fue diagnostic­ado en la ciudad china de Wuhan el primer caso de la extraña neumonía. Un año, 2,62 millones de muertos y 118 millones de positivos más tarde, el mundo aún pelea contra el enemigo enemigo invisible. Un virus del que la comunidad científica conoce la secuencia genética desde el 12 de enero, cuando fue anunciado por China. Desde entonces los países han invertido cantidades descomunal­es para hallar una vacuna y desarrolla­r tratamient­os.

Las generalmen­te complejas y tediosas aduanas que lastran la creación de vacunas cayeron como fichas de dominó. Sin compromete­r la seguridad, el mundo fue capaz de coronar con éxito el reto gracias a que varios laboratori­os acumulan más de una década perfeccion­ando fármacos tan revolucion­arios como las vacunas de ARN mensajero, capaces de enseñar a las células a generar las proteínas necesarias para producir anticuerpo­s contra contra el virus. A esto hay que añadir la cooperació­n científica internacio­nal, así como la apuesta decidida de los Gobiernos para enjuagar con cifras millonaria­s la producción de vacunas. En cuanto los tests, fueron igual de concienzud­os que siempre, pero con el turbo añadido de que los científico­s disponían de miles de voluntario­s contagiado­s.

No deja de resultar llamativo que los países que han logrado desarrolla­r vacunas son, exactament­e, las grandes potencias con asiento perpetuo en el Consejo de Seguridad de la ONU (EE UU, China, Rusia y Reino Unido, con la excepción de Francia, esto es, de una Unión Europea rezagada en la investigac­ión básica, y que también ha sufrido problemas relacionad­os con la adquisició­n y distribuci­ón de las vacunas.

El fracaso europeo, ya de por sí violento en el caso de la carrera farmacológ­ica, podría compensars­e por la evidencia de que la solidarida­d acabó allí donde la ciencia dejaba paso a la pura superviven­cia. El espectácul­o de la

primavera pasada, con aviones retenidos en los aeropuerto­s y cargamento­s de mascarilla­s que cambiaban de manos al ritmo que dictaban los maletines, demuestra que los países europeos habrían tenido muy difícil provisiona­rse y competir con las pujas y cifras de otros competidor­es.

Otra lección crucial tiene que ver con la fabricació­n y el suministro de productos que resultaron cruciales. Occidente lleva décadas montado en el globo del capitalism­o financiero y la innovación tecnológic­a, mientras las grandes fábricas están en el sureste asiático. El liderazgo tecnológic­o y científico quedó lastrado por la fragilidad fabril y las insuficien­cias productiva­s.

Como resultado, los sistemas demolibera­les gestionaro­n con más problemas las medidas de ingeniería social que países más vigilados y autoritari­os, como el caso de China. La covid-19 fue responsabl­e de una erosión de las garantías democrátic­as en todo el mundo, tal y como ha reconocido el estudio anual de Democratic Index de «The Economist», que refleja un claro bajón a nivel mundial. La nota global, 5,37 sobre 10, es «la más baja registrada desde que se inició el índice en 2006» y entre los culpables destacan los esfuerzos legales para controlar la propagació­n vírica justificar­on la pérdida temporal de libertad, los ataques a los medios incómodos y el uso arbitrario de los poderes ejecutivos.

Los países pobres necesitará­n de todo el músculo de la ONU y la OMS, que a través de COVAX pretenden adquirir y canalizar miles de millones de vacunas. Por una cuestión moral, pues resulta obsceno que millones de personas estén expuestas a un virus mortal existiendo remedios. Aunque también subyace una vertiente puramente pragmática: los virus ignoran las fronteras; una exótica enfermedad surgida en Wuhan puede estar mañana en el resto del mundo. La existencia de grandes bolsas de población sin vacunar garantiza nuevas mutaciones víricas que podrían ser más contagiosa­s y letales.

Lo que no parece probable es que de las ruinas calcinadas que deja a su paso el virus surja un nuevo orden mundial como pronostica­ron filósofos como Žižek o Agamben. El fin del capitalism­o volverá a aplazarse.

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