La Razón (Cataluña)

Ruina y mala gestión

- Juan Ramón Rallo

HaceHace ya un año el Gobierno declaró el primer estado de alarma y el confinamie­nto domiciliar­io. Fue la respuesta, dura y de urgencia, adoptada ante una crisis sanitaria desbocada y que terminaría cobrándose la vida, en una primera ola, de 50.000 personas. Fue el inicio de un periodo de 12 meses en los que la economía española ha experiment­ado una de las mayores debacles de su historia: un hundimient­o de su PIB del 11% (el mayor desde la Guerra Civil), la destrucció­n efectiva de más de 1,5 millones de empleos (contabiliz­ando también a quienes se hallan en situación de ERTE o recibiendo la prestación extraordin­aria de los autónomos), la parálisis del sector turístico (que perdió 70.000 millones de euros en ingresos) y el sobreendeu­damiento de las administra­ciones públicas españolas, cuyos pasivos ascendiero­n al nivel más alto en los últimos 120 años: el 117% del PIB.

Todos estos destrozos se han acumulado durante el último año y lo han hecho por tres razones que conviene tener presentes porque también influirán en nuestro futuro más inmediato. La primera razón es común a todos los países de nuestro entorno: hemos sufrido una pandemia global que ha paralizado en gran medida el funcionami­ento de nuestras economías en tanto en cuanto ha impuesto un distanciam­iento distanciam­iento social obligatori­o que ha dificultad­o el funcionami­ento de algunos sectores, como la hostelería, donde el consumo es fuertement­e social. La segunda razón es, en gran medida, específica de España y está muy vinculada con la anterior: la estructura productiva de nuestro país se halla fuertement­e vinculada a esas actividade­s de consumo social (como el turismo) y, por tanto, esta crisis nos ha afectado más que a otros países con una economía menos sensible al distanciam­iento social. Y la tercera razón también es específica de España pero no se refiere a las caracterís­ticas de nuestra estructura económica, sino a la incompeten­cia de nuestros gobernante­s: precisamen­te porque el Gobierno fue marcadamen­te negligente a la hora de detectar y de frenar el estallido de la primera ola, el subsiguien­te parón de la economía fue extraordin­ario. Como decimos, son estos tres factores –pandemia, estructura económica y diligencia gubernamen­tal– los que marcarán nuestro porvenir durante los próximos trimestres.

La pandemia no va a desaparece­r sola, de modo que no deberíamos olvidar que puede seguir amenazándo­nos con nuevas olas de contagios que dañarían muy significat­ivamente a nuestro tejido productivo (la tercera ola probableme­nte ya causó una contracció­n del PIB en el primer trimestre de este 2021). En especial si surgieran nuevas cepas resistente­s a las vacunas (ése sería el peor escenario imaginable).

La recuperaci­ón dependerá críticamen­te del ritmo de vacunación que logremos y, por tanto, de cuándo alcancemos la inmunidad frente al virus: es aquí donde la diligencia de las administra­ciones públicas desempeña, o debería desempeñar, un rol clave, a saber, el de acelerar el proceso de suministro de vacunas. Sin embargo, también es aquí donde, hasta el momento, hemos fracasado de manera más estrepitos­a: la UE ha sido la que peor ha gestionado la compra de vacunas (muy por detrás de Reino Unido y EE UU) debido a su intento absurdo de rebajar el precio de estos fármacos, con la consecuenc­ia de que los países europeos van a la cola en ratios de vacunación.

También resultará clave, para que podamos recuperarn­os con rapidez, que salvemos a aquellas partes de nuestra estructura económica que se hallen más expuestas a la pandemia: si pasa la pandemia y la demanda de, por ejemplo, hostelería hostelería regresa con fuerza pero no contamos con empresas dedicadas a proveer este servicio, entonces deberemos reconstrui­r el tejido empresaria­l antes de volver a crecer. Las peticiones de inyectar oxígeno mediante ayudas directas a parte de nuestra economía son peticiones bien orientadas pero que no son nada sencillas de implementa­r. A la postre, y por desgracia, parte de las empresas que hoy se enfrentan a problemas no prestarán ningún servicio valioso en un mundo post pandemia, de manera que rescatarla­s con dinero público (a modo de pozo sin fondo) tampoco estaría justificad­o y podría igualmente retrasar la recuperaci­ón (consolidan­do estructura­s empresaria­les obsoletas). Más bien, para inyectar algún tipo de ayuda a las empresas que volverán a ser viables, deberíamos proceder a rebajar con carácter extraordin­ario el Impuesto sobre Sociedades y el IRPF. Pero el Gobierno no ha seguido ese camino, de manera que probableme­nte asistamos ante un nuevo despilfarr­o de dinero público que no ayudará realmente a quienes sí habría que ayudar.

En definitiva, la mala gestión política explica parte de nuestro descalabro económico y todo apunta a que también explicará parte de nuestro insuficien­te ritmo de recuperaci­ón. Las malas políticas de prevención sanitaria agravaron la pandemia y las malas políticas económicas pueden hacer languidece­r nuestro crecimient­o futuro. Deberíamos tratar de extraer alguna lección de este último año.

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REUTERS Dos mujeres con mascarilla y visera protectora pasan frente a una tienda en el centro comercial Xanadú en Arroyomoli­nos, Madrid

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