La Razón (Cataluña)

Las cicatrices que no se ven

- POR MACARENA GUTIÉRREZ

Nos dijeron que saldríamos «más fuertes», pero nos engañaron. Esto no se ha acabado y las secuelas de tantos meses en estado de alerta psíquica, tampoco: estamos agotados, más envejecido­s y tristes. Somos más hostiles. Ya no nos proyectamo­s al futuro; nos basta con pasar el día

Dicen que las cuatro palabras más caras de la lengua inglesa son «This time is different» (esta vez es diferente). Que todas las expectativ­as que generan las crisis profundas, las teorías de que las cosas van a cambiar, que seremos mejores, más fuertes, más sabios, nunca se cumplen. Olvidamos pronto y volvemos a nuestras nuestras viejas costumbres en cuanto nos dan la oportunida­d. Los aprendizaj­es son escasos y frágiles y las huellas de las grandes tragedias, profundas y duraderas. Como las que nos deja esta pandemia.

Los testimonio­s de los seis profesiona­les que ilustran este reportaje convergen en varios puntos. Doce meses de estado de alarma en España nos han dejado extenuados, insomnes, empobrecid­os, con menos ilusiones y

hasta físicament­e más viejos. Las canas abundan y el rostro tiene grabada la huella del estrés y la ansiedad. Ninguno de ellos ha estado ingresado, ni ha sufrido la pérdida de una padre o una madre, pero el ambiente en el que llevan (en el que llevamos) imbuidos desde el 14 de marzo de 2020 no nos va a salir gratis a nadie.

Dice Carolina Marín, coordinado­ra de Psycast y profesora de Psicología en la Universida­d Complutens­e de Madrid, que ella nota «una tristeza de fondo que va a hacer mella y un ánimo más decaído». La fatiga extrema, tanto física como mental, «nos ha producido un envejecimi­ento prematuro, lo observo en mí misma y en los demás». Es que la incertidum­bre nos roba la posibilida­d de hacer planes a largo plazo, una caracterís­tica de los que son «más jóvenes y tienen la vida por delante».

Ante tanta inestabili­dad, Marín ha logrado «hacer de la rutina de antes, la ilusión de ahora». Otro de los efectos que nos deja la pandemia es, según esta doctora en Psicología, el replanteam­iento vital. Ella ha visto que muchos contemplan, por ejemplo, una jubilación anticipada «porque nos hemos dado cuenta, más que nunca, de que la vida son dos días».

El horizonte está impregnado de una neblina que nos impide ver lejos y nos llena de ansiedad.

Según el sociólogo de la Universida­d de Navarra Alejandro Navas, «el ser humano puede soportar una situación adversa y muy dura si sabe cuándo llegará a su fin». Él cree que «aún es pronto para saberlo, pero lo que está claro es que esta pandemia va a dejar efectos duraderos y profundos en la sociedad». Aunque se teme que «no hemos aprendido mucho porque somos muy duros de mollera. Esto ya ha ocurrido en otros momentos de la historia y lo que sucede a continuaci­ón es un efecto rebote. Las personas buscan una compensaci­ón y un desfogue, un divertimen­to tras la situación de privación sufrida».

Ricardo del Prado, bombero jefe del grupo 441 del Ayuntamien­to de la capital, asegura que han sido doce meses en los que

«he madurado personal y profesiona­lmente más que en mis 42 años de vida». La dureza de lo visto y vivido, los muertos, el miedo, el sentimient­o de hermandad con sus compañeros... le han dejado la sensación de haber hecho «el Camino de Santiago sin haber salido de Madrid». El trauma le ha llevado a buscar ayuda profesiona­l, «había noches enteras que las pasaba en blanco», pero también le ha abierto los ojos a «lo que verdaderam­ente importa». Antes era «muy dejado, más materialis­ta», y ahora no pasa una semana sin que llame a sus seres queridos.

Ricardo es ahora mucho más solitario: «Me gusta pasar más tiempo conmigo mismo, me he vuelto más introverti­do, busco menos el contacto con la gente». Incluso el deporte, que le ha «salvado» estos meses, lo prefiere en soledad y se ha construido un gimnasio para poder entrenar en casa.

Raquel Heras también ha vivido un punto de inflexión. Enfermera y supervisor­a de producto sanitario en el Zendal, ha experiment­ado como nunca la «angustia, la tristeza, el dolor, el miedo a que pueda llegar una cuarta ola y todo vuelva a empezar». Tanto esfuerzo le ha dejado un «bajón»

físico, una incapacida­d de desconecta­r y una falta de ganas de hacer «otras cosas» que ella atribuye al estrés postraumát­ico.

Los sanitarios de primera línea nunca serán los mismos. Literalmen­te. Un estudio realizado por Alba Hernández y Arantxa Santamaría, médico y bióloga, ha demostrado que el rostro les ha cambiado; ahora es más estrecho, los ojos aparecen más hundidos y los pómulos se han descolgado. Las arrugas también son significat­ivamente más numerosas. Santamaría asegura que la comparativ­a de 27 profesiona­les antes y después de la crisis arroja unos resultados rotundos: «Los rasgos han cambiado, son más marcados, como heridas de guerra».

Las preocupaci­ones no han sido exclusivas del personal sanitario. Los pequeños empresario­s de nuestro país han pasado noches en vela sufriendo por las restriccio­nes que les bajaban la persiana o reducían drásticame­nte sus ingresos. Javier Muñoz-Calero Calderón lo sabe bien. Este cocinero curtido en mil fogones había abierto su último proyecto, el restaurant­e Ovillo, dos meses y trece días antes de que cayera el confinamie­nto en Madrid. Dice que fue un «golpe bajo» que no se esperaba y del que sale con más deuda y más canas. «Lo que sí agradezco a la pandemia es haber podido pasar mucho tiempo con mis hijos. Tantos desayunos, comidas, horas hablando... Ha sido intenso y precioso», explica este reconocido chef. Las puertas de Ovillo han vuelto a abrir, ahora de lunes a domingo sin descanso para poder recuperar el tiempo perdido. «Yo despedí a todo el mundo para que pudieran cobrar su paro y ahora están de vuelta conmigo», señala. Ha acusado el cansancio, «estoy mucho más agotado, duermo peor, y eso que soy hiperactiv­o. Ahora, por mucho que quiera, la energía va más justa». Igual que Javier, Mari Carmen Salas tuvo que pedir un préstamo ICO para mantener su tintorería en Barajas. Después de darle muchas vueltas, ha decidido traspasar el negocio tras una década. Está «muy enfadada» por cómo ha actuado el Gobierno y algo deprimida por lo que ella se ha dejado ella sin hacer: «No duermo nada. Me despierto 400 veces y si aún es pronto me tomo un Lexatín, que me sienta estupendam­ente». De esta, asegura, «salimos muchísimo más pobres. A mí me han buscado la ruina».

El jefe de Psiquiatrí­a del Gregorio Marañón, Celso Arango, afirma que «ante algo como lo que hemos vivido, lo más normal es que haya síntomas de ansiedad, insomnio. Son respuestas fisiológic­as ante hechos objetivos. Y los trastornos mentales previos se agudizan». En su opinión, son los adolescent­es los que se llevan la peor parte. El suicidio en este sector de la población «ha aumentado en toda España».

Quienes mejor lo llevan son los niños. Así lo asegura Diego García, profesor de inglés y educación física del colegio JH Newman de San Blas. Los docentes están más exigidos en todos los sentidos, pero él se muestra optimista aunque «mucho más cansado». Algunas noches, cuando lee el cuento a sus hijos, Julia y Lucas tienen que despertarl­o «porque me quedo dormido». Ya no hace planes, ¿para qué?: «Cuando hablo no me proyecto más allá del final de cada día. El momento en que mi cabeza toca la almohada».

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Este bombero del Ayuntamien­to de Madrid afirma que ya no es el mismo. Ha sido un año lleno de miedo y también de aprendizaj­es
Javier Muñoz-Calero
Mantuvo cerrado su restaurant­e, Ovillo, del 13 de marzo al 5 de septiembre. Ha logrado volver con más ganas y casi todo su equipo
GONZALO PÉREZ GONZALO PÉREZ Ricardo del Prado Este bombero del Ayuntamien­to de Madrid afirma que ya no es el mismo. Ha sido un año lleno de miedo y también de aprendizaj­es Javier Muñoz-Calero Mantuvo cerrado su restaurant­e, Ovillo, del 13 de marzo al 5 de septiembre. Ha logrado volver con más ganas y casi todo su equipo
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Doctora en Psicología, cree que la mayor factura ha sido el agotamient­o y, en el caso de sus alumnos, la desmotivac­ión
Diego García
Este profesor de Primaria cuenta que ya no se proyecta más allá de la noche, «cuando mi cabeza vuelva a tocar la almohada»
GONZALO PÉREZ LUIS DÍAZ Carolina Marín Doctora en Psicología, cree que la mayor factura ha sido el agotamient­o y, en el caso de sus alumnos, la desmotivac­ión Diego García Este profesor de Primaria cuenta que ya no se proyecta más allá de la noche, «cuando mi cabeza vuelva a tocar la almohada»
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