Francisco y la pandemia
El 27 de marzo de 2020 en Roma amaneció nublado y durante todo el día una fina lluvia cayó sobre una ciudad silenciosa y espectral. Eran las seis de una tarde ya oscurecida. Desde el Obelisco de la Plaza de San Pedro desierta un papa solitario avanzaba con su andar indeciso y el rostro concentrado hacia la Basílica. Comenzaba así el acto extraordinario de oración en tiempo de pandemia. «Desde hace algunas semanas –dijo– parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades (...). Nos encontramos asustados y perdidos». Palabras sin precedentes sólo entrecortadas entrecortadas por las sirenas de las ambulancias que transportaban a los hospitales enfermos del corona virus.
Un mes más tarde hizo a nuestra revista «Vida Nueva» la meditación «Un plan para resucitar». Una hoja de ruta para toda la humanidad porque «este es el tiempo favorable del Señor que nos pide no conformarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo».
El 3 de octubre en «Fratelli Tutti» hacía esta advertencia: «La pandemia despertó durante un tiempo la consciencia dese runa comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, queso loes posible salvarse juntos».