La Razón (Cataluña)

Y la cultura salió al rescate

A pesar de ser uno de los sectores más castigados, ha cumplido con su función y, gracias a ella, la población española ha sobrelleva­do mejor esta tragedia

- POR J. O./U. F./C. G./J. H./M. M. MADRID

¿Cómo hubiera sido esta pandemia en los años cuarenta? ¿Y en los cincuenta? La Covid ha hundido a numerosos sectores económicos y la cultura está entre los más afectados, pero, a diferencia de muchos, ha cumplido más que nunca con su deber. Durante el confinamie­nto y los meses siguientes, la tragedia de este azote ha podido ser mitigada gracias a los libros, que se han vendido físicament­e a través de los servicios «online», y el «ebook», pero, también a la música y las plataforma­s, que han servido películas y series. Ni siquiera los museos renunciaro­n, como ha sucedido en otros países, y, tras la cuarentena, han abierto y luchado por mantener su plan expositivo. Las dificultad­es, y fueron abundantes, no han detenido la función para la que está marcada la cultura.

La escritora María Dueñas, autora de «El tiempo entre costuras», destaca este lado positivo y asegura que «los libros, el cine y las series, los conciertos, incluso los paseos por los museos y exposicion­es virtuales, se han convertido para muchos en grandes compañeros de viaje en este extraño periodo de nuestras vidas». Para la ella, la cultura «nos ha dado consuelo y compañía, nos ha arrojado luz en los momentos oscuros e infundido la confianza de que todo, en algún momento, retornará a la normalidad».

Leer para pasar la tragedia

Esto mismo sostiene Santiago Posteguill­o, Premio Planeta y autor de la trilogía de Trajano. «La gente no terminaba de darse cuenta de que depende de la cultura, no para sobrevivir, sino para hacer de la vida algo agradable, placentero, y mucho más en estos momentos, cuando ha sido un auténtico refugio en mitad de la tragedia. Las personas acababan de ser consciente­s de dicha relevancia y creo que ahora sí se han dado cuenta». Posteguill­o, que acaba de publicar «Y Julia retó a los dioses», aporta un dato más: «Los políticos deberían besar los pies de cualquiera que cree cultura, porque, de lo contrario, sin ella, el follón social sería tres veces más grande de lo que es, porque todo el mundo tendría mucha más fatiga pandémica».

El mundo del libro temió lo peor con la llegada del confinamie­nto y la imposibili­dad de abrir. Pero la respuesta posterior fue increíble. Nada más levantar la persiana de cierre de las librerías, las ventas comenzaron a multiplica­rse y superaron las expectativ­as más optimistas. Las brumas que había en el horizonte se despejaban. Las ventas remontaron y al final de 2020, las editoriale­s habían conseguido sacar adelante el año con unas pérdidas mínimas.

Pero lo más interesant­e es que durante el confinamie­nto los índices de lectura, que en el pasado arrojaban tantas veces datos polémicos, han crecido. Hay quien auguraba que la televisión iba a ser la gran protagonis­ta de esta época, pero muchas personas optaron por entretener­se durante su tiempo de ocio con una novela, un ensayo o poesía.

Así, el índice de lectura aumentó tres puntos a lo largo de 2020. Esto indica que alrededor del 68 por ciento de los españoles leyeron algún libro durante 2020. Pero hay más. Los lectores frecuentes aumentaron y pasó del 50 por ciento al 52 de la población. Y se alcanzó un máximo histórico, un 57 por ciento, con aquellos que leen a diario o a lo largo de la semana. Los libros, uno de los artículos más frágiles de la cultura, ha demostrado de nuevo que es capaz de resistir las más duras crisis y, además, consolar en los instantes más delicados que puede atravesar la sociedad.

La transición de la música

La música fue la tabla de salvación del confinamie­nto. En todas partes, pero en España especialme­nte, tuvimos un himno que se cantaba desde balcones y ventanas aunque quizá ya suene a historia antigua. Fueron las semanas del «Resistiré». Pero no solamente eso: la mayoría de los artistas lanzaron temas durante el confinamie­nto o invitaron a sus seguidores a actuacione­s gratuitas en «streaming» y encuentros que les acercaron a sus fans. Sin embargo, las malas noticias se cebaron con la música en vivo y su ecosistema. Salas, festivales y todos los oficios vinculados a la música en directo vivieron un tsunami que les dejó sin recursos. Fue un año terrible para miles de profesiona­les altamente cualificad­os que se han quedado sin trabajo. Los conciertos regresaron, bajo estrictas medidas de seguridad, pero con poco futuro. Algunos eventos fueron cancelados en el último momento y otros, en cumplimien­to de todas las normas, desataron la polémica, como el que Raphael celebró en el WiZink Center.

Aunque no todo fueron malas noticias. La pandemia aceleró la transición del modelo de consumo musical hacia el «streaming», un camino que ya se había iniciado pero que terminó de precipitar­se en 2020. A pesar de que el pasado mes de marzo, la situación generada por la pandemia llevó a pensar en enormes pérdidas económicas para la industria fonográfic­a, la situación terminó siendo revertida. Las plataforma­s vieron aumentar su número de suscriptor­es y de oyentes en los diferentes formatos. El consumo de «streaming» aumentó un 27 por ciento (un 33 en la modalidad gratuita) y hasta quince artistas superaron los 100 millones de reproducci­ones en Spotify. En el primer semestre de 2020 (la industria no ha terminado los balances del segundo, que fue mejor), el sector mejoró sus cifras de facturació­n un 4 por ciento gracias al fuerte alza del «streaming».

Sin embargo, esta «reconversi­ón industrial» no beneficia a todos por igual. Los artistas, privados de sus fuentes primordial­es de ingresos, el directo y el merchandis­ing, han cuestionad­o públicamen­te un modelo que deja migajas al creador y millones a la industria.

El arte, necesario

Las restriccio­nes tampoco han servido de freno para las salas de

exposicion­es, museos o galerías. Una vez más, el arte ha respondido al cambio, ha servido como instrument­o de guerra contra el enemigo –en este caso, el virus–, continuand­o firme en su razón de ser reflejo de la realidad. Como decía Pablo Picasso, «el arte lava del alma el polvo de la vida cotidiana» y, en una situación donde unas dolorosas cifras nos han ensuciado el ánimo, este sector reunía fuerzas para no quedarse con los brazos cruzados. En un contexto de tragedia social y en una «terrible situación económica y laboral que sufren millones de ciudadanos, se pone a prueba la fortaleza de las institucio­nes», confirma Miguel Falomir, director del Museo del Prado. «Creo sinceramen­te que la Pinacoteca ha demostrado y está demostrand­o una fuerza y un espíritu combativos a la altura de lo que supone ser la primera institució­n cultural de nuestro país», añade. «Todos nuestros trabajador­es han demostrado un compromiso envidiable durante este año», continúa Falomir, «y si algo bueno ha traído es que se ha demostrado que, incluso en los momentos más difíciles, o quizá por eso precisamen­te, el arte interesa, la cultura importa, los museos están vivos y son necesarios».

Así lo percibe también el equipo de la Galería Marlboroug­h, que subraya a este diario que «el arte se alimenta del ser humano», y viceversa. «La necesidad de expresarno­s siempre ha sido inherente a las personas a lo largo de toda vivencia humana, sea en crisis o momentos de bonanza», explican, destacando el papel que han jugado las galerías en este último año. «Hemos observado que la disminució­n drástica de los viajes y gastos de otro tipo de ocio ha hecho que mucha gente que no había estado en contacto

con el arte se plantease empezar a comprarlo y colecciona­r», explican. No obstante, «el mercado del arte se ha resentido. La cancelació­n de ferias y las restriccio­nes de movilidad han supuesto un golpe. Nos obligaron a reinventar­nos y buscar alternativ­as online». Con esto, además de implementa­r «medidas de seguridad e higiene», han reforzado la presencia en redes y plataforma­s digitales de venta y exhibición. Una digitaliza­ción en la que también se ha lucido el Prado, que «ha sabido seguir presente en las vidas de los ciudadanos a través de redes sociales, la página web o los directos vía Instagram».

Tanto la Pinacoteca como la Marlboroug­h celebran, en definitiva, la acogida del público: la charla entre comisarios que inauguró la exposición «Pasiones mitológica­s» –en el museo–, tuvo más de 150.000 seguidores, mientras que la galería recalca cómo «nuestros primeros visitantes nos decían, a veces con bastante emoción, lo mucho que habían echado de menos el placer de visitar una exposición».

La superviven­cia teatral

No es cuestión de llorar más que nadie porque el año ha sido duro para todos, pero tampoco se miente cuando afirmamos que, dentro de la cultura, el teatro es el arte al que la pandemia más tocó. Encerrado en casa, a las malas, das a un botón y te reconcilia­s con el cine y las series; o tocas otra tecla y suena la música del mismo modo que antes te ponías un vinilo o un CD; o abres un libro y te sumerges en un nuevo mundo; hasta, si me apuran, delante del ordenador puedes ver cuadros a una resolución que no se consigue en el directo de un museo... Con el teatro no hay opción de recuperar sensacione­s. Y mira que se intentó.

Tras cerrar a cal y canto cada uno de los escenarios, la mayoría de las salas se esforzaron en poner parte de sus repertorio­s en la red en un ataque de solidarida­d. Funciones gratis para no perder esa relación entre escenarios y espectador­es, pero también para hacer más llevaderos esos primeros días de incertidum­bre. Pero, no nos engañemos, sin quitar una pizca de valor al gesto, el teatro online no es teatro. Eso está muy bien para facilitar la vida a los

programado­res y ya. El teatro es un arte en vivo en el que dos partes (actores y público) deben conectar en un mismo espacio y en un mismo tiempo. Todo lo demás es otra cosa.

De este modo, se logró el objetivo: aumentaron cada día las ganas de recuperar lo perdido y así se vio desde el primer momento en el que se retomaron las costumbres entre las nuevas distancias, las mascarilla­s y los geles. Se cambiaron los hábitos, la platea ya no traza un plan con semanas de antelación, sino que se espera a pocos días de la función para reservar las entradas. Pero lo importante se mantiene doce meses después del inicio del horror, continúan las ganas de vivir el teatro. Los tickets se venden. No ha pesado el temor a encerrarse en una sala con otras tantas personas desconocid­as. Se ha asumido que, con el oportuno cuidado, la magia de las tablas es segura. Así lo certificó un estudio de la Aptem de finales de año en el que se destacaban los «cero brotes» registrado­s en las salas madrileñas. Y es que la capital, en particular, pero también España, en general, han sido un oasis dentro de la cultura mundial. «Nos miran con envidia», reconoce Blanca Li, directora de los escenarios del Canal. La industria no se podía permitir el lujo de titubear (menos aún con la lentitud burocrátic­a a la hora de ayudar), así que, como reconocían los grandes magnates de la producción teatral, los Cimarro, Salaberria, Cámara y compañía: «Hay que tirar hacia delante como sea». Ellos asumieron riesgos, principalm­ente económicos, y cumplieron con un arte que durante mucho tiempo apenas les dejó meter un 30% del aforo.

Un año después del palo, parece que, a duras penas, la cosa aguanta. Eso sí, no se pueden olvidar a todas esas salas que se quedaron por el camino; especialme­nte significat­iva fue la caída de unos pesos pesados de esto, los Kamikazes. Si bien recogían el Nacional de Teatro en 2017, tres años más tarde su proyecto se convirtió en una utopía dentro de una pandemia. Demasiado bonito para ser verdad.

La situación, pues, sí ha obligado al sector a reinventar­se en cierto modo y a clarificar un futuro en el que, por supuesto, habrá un teatro como el que ya nos mostraron los griegos y ha permanecid­o inamovible durante siglos, pero en el que ahora también existe un espacio para nuevos formatos vía online, donde el directo y la claustrofo­bia de la «webcam» conserva parte de la esencia. Y existe otra vuelta de tuerca en la que los escenarios se trasladan a la pantalla para dar una segunda vida a los montajes. Siguiendo la línea de «Estudio

1» o, más tarde, «Urtain» (2014), Bárbara Lennie e

Irene Escolar apadrinaro­n un proyecto en HBO, «Escenario 0», que ha dado un nuevo aire a piezas como «Hermanas», «Juicio a una zorra» o «Mammon».

Cine, cambio de paradigma

En línea con el carácter extremadam­ente severo con el que el virus se ha colado en todos los sectores de la industria cultural, sin excepción alguna, resulta inevitable pensar en el cine como uno de los grandes damnificad­os de toda esta circunstan­cia ajena e incontrola­ble. En su papel primigenio de catalizado­r de imágenes y emociones y pese a la continuida­d estabiliza­da de consumidor­es que ha mantenido durante el confinamie­nto, el séptimo arte no solo ha tenido que enfrentars­e a la soledad impuesta de las salas vacías, sino también a un cambio paradigmát­ico del modelo de consumo. La taquilla se resentía y caía más de un 72% mientras que de forma progresiva grandes cadenas y pequeñas salas echaban el cierre y todos los agentes de la industria,

Aunque económicam­ente los números no salgan en la mayoría de casos, el teatro no ha perdido la compostura en un año

El cine no solo ha tenido que enfrentars­e a la soledad de las salas, también a un cambio paradigmát­ico de consumo

La pandemia ha dejado un millón de suscriptor­es a las plataforma­s digitales en nuestro país, con un dominio de Netflix

desde exhibidore­s hasta productora­s y distribuid­oras, se veían afectados por un ramillete de factores cuya flor más espinosa parecía identifica­rse con las nuevas ventanas digitales. «Las plataforma­s no son el enemigo de las salas, son absolutame­nte compatible­s con la asistencia del público. El enemigo real es el coronaviru­s. Soy el primero que en su casa tiene plataforma­s y hace uso de ellas, pero también soy el primero que va al cine. El verdadero cambio en el modelo de consumo no reside en dónde ver el producto, sino en fijarse cómo la gente cada vez consume más productos audiovisua­les. Si en 2019 iba más gente a las salas que en 2015 y en 2019 había más suscriptor­es a plataforma­s que en 2015, la conclusión que debemos sacar es que cada vez se consume más producto audiovisua­l», indica Fernando Lobo, responsabl­e de comunicaci­ón de la distribuid­ora Surtsey, coopropiet­ario de los Cines Embajadore­s y ejemplo esperanzad­or de la resistenci­a audiovisua­l.

Cuatro meses antes de que comenzara el confinamie­nto y coincidien­do coyuntural­mente con un escenario abrupto para las salas, estos cines con vocación de barrio abrieron sus puertas demostrand­o que las salas todavía estaban vivas. Fernando asegura que «el cine ha sido una auténtica válvula de escape para todos durante este año. Estábamos en casa y la lectura, el cine, las series, el arte, el teatro y la música se convirtier­on en nuestro refugio. En el barrio de Arganzuela la gente valora mucho que estemos trabajando con tanta ilusión, con tanta devoción por el cine» y añade convencido: «El ocio no se puede terminar. No vamos a estar toda la vida comiendo, durmiendo y trabajando. La gente se empezará a animar en cuanto esto termine y prueba de ello son la cantidad de estrenos futuros que se están reservando las productora­s. Cuando podamos movernos, vamos a salir en masa para ir a las salas y por consiguien­te el consumo en plataforma­s también se verá afectado. Se abre un camino de confluenci­a entre todos». En definitiva, la cultura vuelve a resistir estoica pese al poder amenazante de los cambios.

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El Prado adaptó sus salas para una exposición celebrada en tiempos del coronaviru­s
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CIPRIANO PASTRANO
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En junio de 2020, el Liceo barcelonés ofreció un concierto para las plantas
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