Un sucedáneo de lo más soso

La cerveza cero-cero, un baile agarrado con tu prima segunda, el tabaco bajo en nicotina, la comida denominada saludable, los pastelitos de marihuana, el fornicio en casa, un paseo a ninguna parte, el aperitivo por zoom, los brindis con champín, los estrenos de cine en la tableta, la manzana en lugar del dónut, las bodas con diez invitados, las siete de la mañana corriendo en el parque en lugar de meando (de recogida) en el parque, saludar con el codo, sonreír debajo de la mascarilla, la cuaresma sin besapiés ni besamanos, la distancia antisocial... Cuando se trata de aseptizar el placer, todo es un asco aunque no todo, necesariamente, tenga que ver con la pandemia.

El fútbol «sin» que nos ha tocado padecer es un sucedáneo ayuno de emociones, una burbuja prefabricada que nos amputa el vértigo y nos niega la dosis salvífica de adrenalina sin la cual la existencia se antoja bovina, sosa, aburrida, esclava e irrespirable. La no vida, en suma. Un partido, se vea en el estadio o en bares atestados, es una comunión de fieles que exige su liturgia. El grito, el exabrupto, las pipas, el abrazo, el lamento, la protesta, la blasfemia, el camino, el aroma del puro, la peste a grifa de los chavales de arriba, el tumulto, la tertulia, el abucheo, el que sólo viene a comer y beber, los insultos, las inclemencias meteorológicas, el viaje, el bocata, la petaca escondida, el carné prestado, los recuerdos, tomarse algo después hasta las doce, la una, las dos… coño ya son la tres y mañana trabajo. Sin todo esto, ¿se puede llamar fútbol al fútbol? «La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes», se inquiere la ingenua Alicia. Y contesta Humpty Dumpty: «La cuestión es saber quién es el que manda, eso es todo». La Brigada de la Lejía, ese batallón fanático de la corrección política que gobierna el mundo, ha decidido que sí: que el engrudo gélido con el que nos entretienen las televisoras es digno de recibir el sacrosanto nombre de fútbol. No se desmentirá aquí, pues la soldada del día 30 bien vale una claudicación. Pero lamentemos con Ortega y Gasset que «no es esto, no es esto…».