La Razón (Cataluña)

Censuras

- Ángela Vallvey

ParecíaPar­ecía que el fin del bipartidis­mo obligaría a la clase política española a aprender a pactar. Pues no. No hay acuerdos, sino mociones de censura. Siempre en negativo, se hace política «en contra de», jamás «a favor de los ciudadanos». No importa el interés común, sino el común interés de esa especie política que se aferra a sus sillones como mejillones en una roca. Claro. Ser cargo público es el paraíso laboral. Cobrar entre 3 y 15 mil euros mensuales por mandar, cuando «la masa sucia» –como dice un amigo mío– apenas logra ingresar mil en el frío mundo ajeno a la Administra­ción estatal, no es baladí. Pero no todo es dinero. También están los privilegio­s. Coches, chóferes oficiales, ventajas por pertenecer al selecto club del poder político, que nada tiene que envidiar al de los multimillo­narios del mundo… Abrir la puerta de casa y que se les cuadre la Guardia Civil debe subirles la autoestima –al cargo y a la carga pública– incluso en esos días en que el espejo les devuelve una tez ojerosa. Pertenecer a la alta Administra­ción del Estado es clave para acceder a sus secretos: de colocación, enchufes…, infinitas posibilida­des nepotistas, clientelar­es. Tener poder para «colocar» o privilegia­r a terceros es una manera de corrupción aceptada y descontada que permitirá, en el futuro, recibir favores cuando el chollo de la política llegue a su fin. Mientras, en el agrio mundo real de la recesión covidiana, los autónomos echan el cierre, empobrecen pagando impuestos crueles, se deprimen, y hasta se suicidan. Sí: el poder merece la pena. De hecho, no hay pena que pagar por el poder. Por eso se cumplen mociones de censura precipitad­as, alianzas entre contrarios cuyo común denominado­r es solamente el interés particular por el negociado de una mamandurri­a; se traiciona, se abandona al débil, se descerraja­n golpes sobre voluntades que muestren una tímida oposición… Total, la vida son dos días y es mejor disfrutar al menos uno taconeando sobre esponjosas alfombras palaciegas. El fango callejero y darwinista queda para la «masa sucia» de obligados feudatario­s. Que pagamos –hasta con la vida– su fiesta sin fin.

«Tener poder para “colocar” a terceros es una manera de corrupción aceptada»

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