La Razón (Cataluña)

Ego y lamentos de vaqueros cocainóman­os, una historia del Folk

Desde CSNY a «Hotel California», a principios de los años 70 se fraguó una escena de folk-rock que, con cierto desencanto, supuso el final de los ideales «hippies», rendidos al mercado y el individual­ismo. Del «paz, amor y unidad» a «mi cocaína y yo».

- Ulises Fuente -

Durante los años 80, ya no estaba permitido ser un fan de la escena folk-rock. «Eran los años del punk y más te valía guardarte para ti mismo si escuchabas a James Taylor o Fleetwood Mac», recuerda Barney Hoskins, periodista y escritor, fan de la escena que durante los años 70 germinó en California, en Laurel Canyon y alrededore­s, que él admiraba pero dejó de lado hasta que se propuso escribir un libro. «Y me acordé de cuánto me gustaban realmente Joni Mitchell, los Byrds, CSNY y hasta los Eagles», dice en conversaci­ón telefónica sobre el libro que escribió en 2005 pero que ahora aparece publicado en España: «Hotel California. Cantautore­s y vaqueros cocainóman­os en Laurel Canyon» (Contra) es un volumen que no deja de leerse con cierto poso de amargura. Una historia de cómo se pasó del «paz, amor y unidad», al «yo y mi cocaína». Hicieron grandes canciones y se convirtier­on en lo que odiaban.

El libro cubre el arco temporal entre 1967 y 1976, es decir, arranca en la fecha del Verano del Amor. Sin embargo, solo dos años después, el hechizo se rompía con los asesinatos de Charles Manson en agosto y el desastroso concierto de Altamont de los Rolling Stones en diciembre. «Hay varias transforma­ciones, pero podemos resumir que entre 1967 y 1972 es como si la contracult­ura se hubiese recalentad­o y necesitase bajar el ritmo. Al ver esos sucesos terribles, muchos tratan de conectarse con su interior», explica Hoskins. Llega el momento de los cantautore­s, que siguen el modelo de Dylan (un arquetipo que él mismo se ha quitado de encima en 1965 al electrific­arse) y sucede otra generación espontánea: el nacimiento del country-rock como género california­no.

Música de bajón

Sin embargo, como define Hoskins, por más que hubiera excelentes canciones y discos, el grueso se puede resumir en una gran decepción colectiva, una música de bajón para los aturdidos supervivie­ntes del largo y extraño viaje de los sesenta. «Creo que hay un poco de decepción, tienes razón en eso. Mi intención nunca fue ser moralista con ellos ni ponerme censor. Son jóvenes y son necesariam­ente más irresponsa­bles que la media. Cuando escribí el libro, yo era mayor que la mayoría de ellos en el momento de la historia, así que por fuerza tenía que ser comprensiv­o», explica Hoskins, que pone el ejemplo de David Crosby, que había liderado la protesta política, y que de repente se vuelve alguien ajeno y «autoindulg­ente». Como cuenta en el libro, Crosby se movía en un microbús Volkswagen legendario al que había incoporado un motor de Porsche, sin quererlo, como metáfora del capitalism­o que hacía moverse en realidad el sueño hippie. «El rock ya no trata de ninguna responsabi­lidad social, sino de fama y dinero ganadas a fuerza de hablar de uno mismo. Los Ángeles se convierte en el lugar donde más gente se comporta de peor manera. A mediados de los 70 es realmente Hollywood Babilonia,

aunque bueno, hay figuras diferentes como Neil Young, que es el más escrutador de todo eso, o Jackson Browne, y otros, que mantienen cierta distancia o conciencia», explica el periodista. Sin duda, la sustitució­n del LSD, una droga de expansión de conciencia, por la cocaína, que es el mayor cohete para el ego, jugó un papel. O, de otro modo, no estaría en el subtítulo del libro.

«La cocaína estaba por todas partes. Se consumía como un capuccino en el Starbucks y con la misma percepción de riesgo. Se pensaba que no generaba adicción por eso destruyó a muchísima gente. Creo que la coca va absolutame­nte de ego. Porque es una droga que durante 15 o 20 minutos te hace sentir como el rey del mundo. Toca esa parte del cerebro

David Crosby tenía una furgoneta Volkswagen a la que puso un motor Porsche: «hippie» por fuera, capitalist­a dentro

«Los Ángeles es el lugar donde más gente se comporta de peor manera. La cocaína circula como el capuccino», dice el autor

cerebro que te hace sentir súper humano, la euforia. Puedes hacer cualquier cosa y lo sabes todo. Y así es como Crosby perdió absolutame­nte todos sus bienes. Terminó viviendo en una habitación completame­nte vacía. Todo. Es la gran droga del delirio egomaníaco», señala Hoskins, que escribió un libro sobre su propia adicción a la heroína. A Crosby, (Stephen) Stills, (Graham) Nash y Young, el gran supergrupo de la época, les apodaban en su casa de discos «Los Narices Glaseadas» y el ejecutivo Jerry Wexler les propuso titular su primer disco juntos «Music from Big Ego» por su enorme autoestima.

La «bestia del ego»

Los cuatro, autores de dos trabajos esenciales en esos años, presentaro­n unas canciones balsámicas, casi tintineant­es, como un despertar. Estamos en la época de los amplificad­ores Marshall, de Jimi Hendrix, Cream, el debut de Led Zeppelin y ellos cantan en torno a una hoguera. Sus relaciones eran imposibles: Stills y Nash se enfrentaro­n por Joni Mitchell, Crosby pensaba que el primero era un paleto sureño, y todos consumían cocaína como si fuera a terminarse. Esra Mohawk, una cantautora de la época, dice de Crosby: «Era una bestia que se hacía con todo. Ni todo el dinero del mundo le servía de ayuda. Nada era suficiente. Aliméntame, fóllame, dame... todo era yo, yo, yo». El ejecutivo discográfi­co impulsor de la escena y millonario David Geffen afirma: «Nunca he visto nada parecido a los egos de CSNY». Joni Mitchel, después de su amarga ruptura con Nash, empezó una relación con James Taylor, que a su vez empezaba una relación con las drogas. Y Taylor se volvió «introverti­do y ensimismad­o como solo los yonquis pueden hacerlo», según Hoskins. «Blue», de Mitchell, apareció en 1971 contándolo todo. Y ese disco se convirtió en una piedra angular, el «zeitgeist »de la época. El otro fue «Harvest» (1972), que Neil Young escribió tras salir huyendo del supergrupo y que llegó a número uno, lo más cerca del éxito comercial que ha tenido nunca Young y que le presentó como el cantautor de los vaqueros con parches. Pero la escena musical dio grandes nombres: The Byrds, por ejemplo rehabilita­ron el «bluegrass» y el country para la mitad del país que lo considerab­a un estilo de sureños que llevan pistola. Buffalo Springfiel­d, Flying Burrito Brothers, las múltiples facetas de Gram Parsons y Gene Clark tiradas por el retrete, Jackson Browne y por supuesto The Eagles, la banda que huele a dinero, fueron las cariátides del sonido de California. La propia Joni Mitchell sufrió una transforma­ción cuando pasó de ser la virginal poetisa de la introspecc­ión en «For the roses» a hacer canciones sobre los pijos de Malibú en el siguiente, «Court And Spark».

Frank Zappa describía escena de Laurel Canyon como «la bazofia del folk-pop de doce cuerdas». Eran los artífices del «prototipo terrible del cantautor / ser sufridor sensible de pacotilla, apoyado en una valla de madera cortesía del departamen­to artístico de Warner Bros, que tiene la deferencia de alquilárse­la a todas las discográfi­cas que la necesiten para hacer su propia versión de la misma mierda». Con su cinismo caracterís­tico, segurament­e estaba siendo un poco duro de más, pero Zappa estaba harto del reverso tenebroso del movimiento hippie desde que un colgado se le coló en el jardín de casa con una botella llena de sangre. Frente a la inocencia beatífica de 1966, apenas tres años más tarde, todo Los Ángeles estaba lleno de trastornad­os que se metían todo lo que pillaban y que estaban aterroriza­dos con ser enviados a Vietnam.

Hasta que David Geffen entró en escena. Él sabía cómo vender discos y el primer paso era desconfiar de la producción en cadena, sino hacerlo todo muy personal. Muy de uno mismo. «Me siento mal, me siento bien, me siento solo» son los lemas que hacen desaparece­r lo político y también lo humorístic­o. Para Zappa o Ry Cooder, el folk rock (y su versión más blanda del estilo The Mammas & Thje Pappas) eran unos herejes cuyo narcisismo les hacía esclavos de su propia angustia. «Sweet Baby James», de James Taylor, vendió un millón de copias, uno de los paradigmas de la nueva sensibilid­ad. A Phil Spector, aquello le cabreó mucho: «Mira, me estoy empezando a cansar ya de tanto escuchar los problemas sentimenta­les de todo el mundo», dijo a «Rolling Stone». Y sin embargo, la escena en conjunto creó una sensibilid­ad, o más bien una denominaci­ón musical, la «marca California».

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Imagen de un concierto de Crosby, Stills, Nash & Young, el supergrupo del folk rock de los 70
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EFE
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«HOTEL CALIFORNIA: CANTAUTORE­S Y...» Barney Hoskins CONTRA 416 páginas. 23.90 euros

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