Javier Rodríguez Martínez
Este pedazo (en todos los sentidos) de ser humano es uno de mis últimos y más preciados hallazgos vitales. Conocerlo y quererlo fue casi instantáneo, además de que me lo presentó Rafael González, el protagonista de esta sección la semana pasada. Empezó a jugar a balonmano en el Colegio Claret de Barcelona, y muy pronto le fichó el FC Barcelona en la categoría cadete por su fortaleza física y psicológica (ambas cruciales en este deporte en la élite), en la que llegó a ser dos veces Campeón de España con el equipo juvenil. Terminada su etapa de canterano, pasó a formar parte del primer equipo a las órdenes de Valero Ribera con el que ganó dos ligas, dos supercopas, una Copa del Rey y llegó a disputar una final de la Copa de Europa. Entre el 93 y el 96, fue jugador del Balonmano Guadalajara y se dejó la piel en la pista del San José en muchos partidos memorables. Han pasado más de veinte años de eso, pero dejó tan buen recuerdo que la afición de Guadalajara no le ha olvidado, y aún se tienen muy presentes su entrega, su pundonor y su valentía, así como su actitud, su profesionalidad y lo bien que trataba a sus fans, pues su humildad y simpatía son parejas a su estatura. Su huella en el balonmano alcarreño es imborrable.
Casado con una mujer inteligente y muy guapa (tengo el consentimiento por escrito necesario para poder escribir esto), tiene dos hijas que no desmerecen en nada los genes paternos y maternos en inteligencia y en belleza. Pero lo más importante de Javi es que es muy buen profesional en lo suyo y mejor persona. Sus ojos, transparentes y limpios, portan una perenne sonrisa agradecida a la vida. Compartir con él mesa, mantel y conversación es uno de esos placeres que a uno le gustaría que no acabaran nunca.