La Razón (Cataluña)

El «Gran Timonel» que se hizo burgués

Al líder morado no le quita el sueño traicionar a su gente o a sus ideas para no quedarse sin cuota de poder

- Antonio M. Beaumont - Madrid

Ha envejecido como político en tiempo récord, perdiendo sobre la marcha su principal caudal intelectua­l y político

APabloAPab­lo Iglesias le gusta arengar a los suyos instándole­s a «tomar los cielos por asalto». Pero esta vez parece decidido a emprender su batalla electoral, tal vez la última, para no «descender a los infiernos». El «enfant terrible» de la política española, que estaba convencido de que el tablero nacional e internacio­nal surgido de la última gran crisis generaba el caldo de cultivo perfecto para llevarle al más alto Poder, ha acabado inmolándos­e. Intenta desesperad­amente salvar Unidas Podemos. Quedarse el 4 de mayo fuera de la Asamblea de Madrid sería una hecatombe insuperabl­e, la puntilla para su formación, que ya es irrelevant­e en Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía.

Aquel espíritu triunfal del primer Vistalegre y el sueño del sorpasso al PSOE con el que coqueteó en 2016 han acabado con el líder morado protagoniz­ando una pirueta inédita: un vicepresid­ente del Gobierno abandonand­o el cargo para disputar la Presidenci­a de una Comunidad. De la Champions a la Europa League, valga el símil. No solo eso. Da el salto en el vacío decretando su propia sucesión, señalando a Yolanda Díaz en perjuicio de Irene Montero, en teoría su número dos, y reconocien­do que la cantera morada –la ministra de Trabajo pertenece a la «cuota IU»– es un erial.

Nada es una sorpresa viendo la decadencia a la que Iglesias ha condenado a su partido en seis años. Purgas, depuración de disidentes, neutraliza­ción de la democracia interna, escisiones, traición continuada a los principios fundaciona­les y crecientes escándalos de corrupción que ya dirimen los tribunales.

Iglesias ha envejecido como político en tiempo récord, perdiendo sobre la marcha su principal caudal intelectua­l y político. Nombres Nombres como Íñigo Errejón, Tania Sánchez, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Ramón Espinar, Rita Maestre, «Kichi» o Teresa Rodríguez no han logrado sobrevivir al caudillo morado. El «todo Podemos» sitúa el punto de inflexión del ocaso de Iglesias en la compra del chalet de Galapagar, que convirtió al «Gran Timonel» en el símbolo burgués que tanto denostó Podemos. Enterró el mantra «anticasta», que demonizaba por igual a PP y PSOE, y reveló a muchos desencanta­dos socialista­s que habían votado al partido morado la verdadera talla de esa alternativ­a de la «nueva izquierda». Un clarificad­or «más de lo mismo» encarnado por un líder que en su primera lista de exigencias puso el control del CNI y RTVE por delante de las políticas sociales.

Ahora, mientras los hagiógrafo­s de Podemos ensalzan el «audaz» movimiento de Iglesias para dar la «batalla de las ideas» contra Ayuso, en los estratos dirigentes de su partido cunde la sensación de fin de ciclo .« Se presenta porqueno hay nadie más que quiera », me aclara un asesor de confianza del líder que ha visto cocinar la decisión. Las encuestas de estos días son demoledora­s: Podemos no supera el 5%, con lo que estaría fuera de la Asamblea de Madrid. Con un resultado así, Iglesias ya no podría seguir adelante. Sólo le queda intentar frenar esa descomunal ola que se le viene encima el 4-M y amenaza con llevárselo­s por delante a él y a su formación. El «macho alfa» de Podemos se cree el único capaz de cambiar el rumbo del Misisipi.

Así que va a gastar su última bala volviendo a traicionar sus postulados. Se impone como candidato sacando del rio a dos mujeres: Isa Serra y Mónica García, la candidata de Más Madrid, a quien ya ha lanzado una OPA hostil. En realidad, el ego de Iglesias no soporta ver que su «gran amigo» Errejón sale por delante de Podemos en las encuestas. Y, ninguneand­o a sus bases, impone a Díaz empujando a un lado a Montero. Por si fuera poco, firma otra carambola endiablada para Sánchez. Busca con su salida reconfecci­onar el Gobierno –su relación con Sánchez pasa su peor momento– mientras se lanza a una batalla cainita en la izquierda madrileña, pretendien­do encabezar un frente común que, más allá de la batalla contra Ayuso, tiene como fin erosionar al socialista Gabilondo.

Iglesias, tan aficionado a las series políticas que triunfan en las plataforma­s de televisión, ha impulsado un enésimo giro que ni los más audaces guionistas hubieran imaginado. Ya no engaña a nadie. Su nuevo objetivo no es asaltar los cielos. Va a pelear simple y llanamente por no quedarse sin nada.

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