El «Gran Timonel» que se hizo burgués
Al líder morado no le quita el sueño traicionar a su gente o a sus ideas para no quedarse sin cuota de poder
Ha envejecido como político en tiempo récord, perdiendo sobre la marcha su principal caudal intelectual y político
APabloAPablo Iglesias le gusta arengar a los suyos instándoles a «tomar los cielos por asalto». Pero esta vez parece decidido a emprender su batalla electoral, tal vez la última, para no «descender a los infiernos». El «enfant terrible» de la política española, que estaba convencido de que el tablero nacional e internacional surgido de la última gran crisis generaba el caldo de cultivo perfecto para llevarle al más alto Poder, ha acabado inmolándose. Intenta desesperadamente salvar Unidas Podemos. Quedarse el 4 de mayo fuera de la Asamblea de Madrid sería una hecatombe insuperable, la puntilla para su formación, que ya es irrelevante en Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía.
Aquel espíritu triunfal del primer Vistalegre y el sueño del sorpasso al PSOE con el que coqueteó en 2016 han acabado con el líder morado protagonizando una pirueta inédita: un vicepresidente del Gobierno abandonando el cargo para disputar la Presidencia de una Comunidad. De la Champions a la Europa League, valga el símil. No solo eso. Da el salto en el vacío decretando su propia sucesión, señalando a Yolanda Díaz en perjuicio de Irene Montero, en teoría su número dos, y reconociendo que la cantera morada –la ministra de Trabajo pertenece a la «cuota IU»– es un erial.
Nada es una sorpresa viendo la decadencia a la que Iglesias ha condenado a su partido en seis años. Purgas, depuración de disidentes, neutralización de la democracia interna, escisiones, traición continuada a los principios fundacionales y crecientes escándalos de corrupción que ya dirimen los tribunales.
Iglesias ha envejecido como político en tiempo récord, perdiendo sobre la marcha su principal caudal intelectual y político. Nombres Nombres como Íñigo Errejón, Tania Sánchez, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Ramón Espinar, Rita Maestre, «Kichi» o Teresa Rodríguez no han logrado sobrevivir al caudillo morado. El «todo Podemos» sitúa el punto de inflexión del ocaso de Iglesias en la compra del chalet de Galapagar, que convirtió al «Gran Timonel» en el símbolo burgués que tanto denostó Podemos. Enterró el mantra «anticasta», que demonizaba por igual a PP y PSOE, y reveló a muchos desencantados socialistas que habían votado al partido morado la verdadera talla de esa alternativa de la «nueva izquierda». Un clarificador «más de lo mismo» encarnado por un líder que en su primera lista de exigencias puso el control del CNI y RTVE por delante de las políticas sociales.
Ahora, mientras los hagiógrafos de Podemos ensalzan el «audaz» movimiento de Iglesias para dar la «batalla de las ideas» contra Ayuso, en los estratos dirigentes de su partido cunde la sensación de fin de ciclo .« Se presenta porqueno hay nadie más que quiera », me aclara un asesor de confianza del líder que ha visto cocinar la decisión. Las encuestas de estos días son demoledoras: Podemos no supera el 5%, con lo que estaría fuera de la Asamblea de Madrid. Con un resultado así, Iglesias ya no podría seguir adelante. Sólo le queda intentar frenar esa descomunal ola que se le viene encima el 4-M y amenaza con llevárselos por delante a él y a su formación. El «macho alfa» de Podemos se cree el único capaz de cambiar el rumbo del Misisipi.
Así que va a gastar su última bala volviendo a traicionar sus postulados. Se impone como candidato sacando del rio a dos mujeres: Isa Serra y Mónica García, la candidata de Más Madrid, a quien ya ha lanzado una OPA hostil. En realidad, el ego de Iglesias no soporta ver que su «gran amigo» Errejón sale por delante de Podemos en las encuestas. Y, ninguneando a sus bases, impone a Díaz empujando a un lado a Montero. Por si fuera poco, firma otra carambola endiablada para Sánchez. Busca con su salida reconfeccionar el Gobierno –su relación con Sánchez pasa su peor momento– mientras se lanza a una batalla cainita en la izquierda madrileña, pretendiendo encabezar un frente común que, más allá de la batalla contra Ayuso, tiene como fin erosionar al socialista Gabilondo.
Iglesias, tan aficionado a las series políticas que triunfan en las plataformas de televisión, ha impulsado un enésimo giro que ni los más audaces guionistas hubieran imaginado. Ya no engaña a nadie. Su nuevo objetivo no es asaltar los cielos. Va a pelear simple y llanamente por no quedarse sin nada.