«LE DESEO UN POQUITO O MENOS SUERTE QUE AL CANDIDATO DEL PSOE, GABILONDO»
EstaEsta vez no va a haber «efecto Illa», pero sí «efecto Iglesias». El objetivo es el mismo, situarse en el centro de la noticia con voluntad de sacrificio –va por ustedes...–, como los héroes, aunque los hay de dos tipos, de verdad y de mentira. mentira. En el caso de Illa, por más que se esforzase en lanzar algún mensaje que llegase directo al corazón, luego debía disculparse por si había molestado a alguien. En el caso de Iglesias, son las tripas el órgano que piensa y estimula y eso hay que hacerlo sin ningún tipo de escrúpulo. Así es la casquería política. Ayer mismo, lo vimos en su despacho oficial dándonos la buena nueva de que dejaba la vicepresidencia del Gobierno, cargo que prolongará hasta que empiece la campaña electoral, ni un minuto menos. Nadie salió a la calle a pedir que no lo hiciera –¡no te vayas todavía...!–, ni sonaron las cacerolas del hambre... Tendría que haber dimitido, pero ¿qué más da a estas alturas? Con Iglesias hay que ser condescendiente porque su tiempo es el de las grandes comedias revolucionarias. Ayer, simplemente apretó el botón del sillón eyectable para sobrevivir cuando llegara el naufragio. Y ahora es el momento. Así que desde el cargo en el que fue nombrado por Pedro Sánchez, anunció que va a ir a por él, porque ¿de dónde si no va a sacar los votos con los que piensa renacer a Podemos y él seguir cabalgando el caballito del tiovivo? El presidente del Gobierno le respondió desde Montauban, donde está la tumba de Azaña, tras un reunión bilateral con el presidente francés Emmanuel Macron. Nada, por lo tanto, que pudiese interponerse en el camino hacia su propia inmolación para seguir vivo, aunque sea hecho ceniza, de ahí que, sin querer ofenderle, le deseó suerte en su nueva andadura, «un poquito o menos suerte que al candidato del PSOE, Gabilondo». Y ahí se queda solo el catedrático de Metafísica esperando que el carrusel de la Historia, aunque sea por casualidad, lo elija a él. Después de todo, sabe qué es la «causa primera» y esa, ahora, en la política española, no tiene remedio.