Las «patrullas morales»
La Nueva Izquierda iniciada en los 60 vio que ya no era creíble que la clase trabajadora quisiera una dictadura de partido único para repartir la riqueza. La verdad es que los trabajadores querían vivir como burgueses. El concepto «obrero» se quedó para la retórica de partido y sindicato, mientras los dirigentes y su descendencia llevaban una vida acomodada. Eso ha llegado hasta hoy. Trasladaron el motor de cambio a grupos cuyo comportamiento o biología suponían un desafío al orden moral. Se trataba de poner en duda lo existente y sustituir las costumbres, valores y educación tradicionales por lo «progresista». Comenzó la era de las identidades. Así lo cuenta Schapire en su libro. Las izquierdas se constituyeron en «patrullas morales», dice Schapire. Se censura supuestamente para no ofender, pero se trata de controlar las mentes, la creación cultural y la expresión. Desprecian el cristianismo por su pretendida historia de opresión a la mujer y a los homosexuales, pero aplauden el islamismo, que es eso. Son antirracistas, aunque solo para los negros, porque defienden la discriminación de los blancos y odian a los judíos. El resultado es una dictadura que contradice la idea de progreso entendida como ampliación de la libertad del hombre. Schapire, como Félix Ovejero en España, siente que la izquierda le ha traicionado. Es un orteguiano «no es esto, no es esto». El socialismo en todas sus vertientes tiene un alma totalitaria que va contra la naturaleza humana, que es la libertad. Tanta ingeniería social acaba chocando con la realidad,
y provoca perplejidad en sus seguidores más leídos. No es nuevo. Quizá es que las generaciones acabaron sintiendo que el paraíso socialista que se les prometió era un fraude. El PSOE de Felipe González saltó a la política en 1976 con el lema: «Socialismo es libertad». Entonces eran marxistas y defensores del «derecho» de autodeterminación. Hoy son los mismos que denuncian la deriva autoritaria del sanchismo y su alianza con comunistas e independentistas.