El día del padre sin poder ver a mi padre
PaséPasé el día del padre sin ver a mi padre. Le llamé para felicitarle y me dijo: «¿Pero cuándo hemos celebrado nosotros eso? ¿Estás tonto, hijo?». Tuve que explicarle que ando sensible y que iba a pasar el puente sin irme de puente y que entra la primavera y que estamos en invierno, que nada me sale bien. Todo me hace sentir culpable, empezando por no ver a mi padre. Creo que la neura empezó porque ayer estuve en el parque y vi unos cuantos padres, testosterona de la mala, que empujaban el columpio columpio hasta que alcanzaron a derrengarse en una terraza. El ocio es un crimen y los bares, su escenario. ¿Los franceses? El chivo expiatorio que a veces es coartada y a veces el blanco de nuestra envidia. Lo que dicen es que están las casas llenas de malos padres.
La semana ha sido dura y loca y yo me siento viejo como la carrasca de mil años que hay en Huesca y que han elegido como el árbol del 2021. Es como si hubiera vivido diez siglos de socialismo y de fascismo en una semade semade noticias y tertulias, de consignas electorales. He pasado sucesivamente un sexenio absolutista, un trienio liberal y una década ominosa antes de que llegara el martes. Después de dos regencias interinas (la de María Cristina de Borbón y la de Espartero, vaya pregunta) vinieron la década moderada, el bienio progresista y el sexenio democrático. Me he arrastrado por el fango espeso de la historia de España.
Ahora estoy en la transición hacia convertirme en Robe Iniesta y echarme al monte, hacer lo que me dé la gana y limpiarme el culo con vuestros contratos.
Pero creo que me ocurre una punzada biológica. Me siento en verdad poco más que un animal, en fórmula famélica de masa, y me he acordado de César Vallejo, que escribió esto: «Considerando en frío, imparcialmente, / que el hombre es triste, tose y, sin emna bargo, / se complace en su pecho colorado / que lo único que hace es componerse / de días; / que es lóbrego mamífero y se peina... / Considerando / que el hombre procede suavemente del trabajo / y repercute jefe, suena subordinado». Y toda esta hemorragia lírica me ha venido porque no vi ayer a mi padre y porque estoy un poco harto de cómo pasan los días en fila india pero lentos los cabrones o a veces demasiado rápido por la mala leche que te entra de no saber para qué pasan ni adónde llevan ni en qué los he gastado. Y Vallejo me vuelve a decir exactamente cómo me siento: «Comprendiendo sin esfuerzo / que el hombre se queda, a veces, pensando, / como queriendo llorar, / y, sujeto a tenderse como objeto, / se hace buen / carpintero, suda, mata / y luego canta, almuerza, se abotona». Me traspasan sus palabras, porque un día le robé a mi padre de su biblioteca a César Vallejo y nunca se lo he agradecido lo suficiente.