La Razón (Cataluña)

Los mejores meses (confinados) de sus vidas

Camille y David celebran el primer aniversari­o de un amor que nació a voces, de balcón a balcón, en los aplausos de las ocho en Madrid

- POR MACARENA GUTIÉRREZ

Camille y David llevan un tiempo dándole vueltas. Quieren hacerse un tatuaje, una figura de una pequeña ballesta en honor de la calle en la que se conocieron y donde empezó su romance, hace justo un año. Mientras el mundo entero conmemora el primer aniversari­o de la pandemia, entre recuerdos amargos de las primeras semanas de encierro, esta pareja aún saborea los que fueron los mejores meses (confinados) de sus vidas.

Camille Nieves (Buenos Aires, 1993) aterrizó en Madrid apenas un mes antes de que se decretara el estado de Alarma. Venía de Barcelona, donde había pasado el último año, y pensaba buscarse la vida como actriz en la capital española. Compartía un piso con varios estudiante­s que, de pronto, huyeron en estampida hacia sus provincias sin mirar atrás. El piso, enorme, se quedó desierto, tan vacío como el barrio de Malasaña en el que está situado. Cuenta esta joven argentina que «al principio me lo tomé a broma, invité a un amigo a que pasara unos días conmigo porque pensaba que la cosa no iba a durar mucho. Como máximo, un par de semanas».

Igual que el resto del mundo, Camille comenzó a sumar jornadas en soledad hasta que una tarde, en el primer aplauso de las ocho a los sanitarios, se fijó en un vecino al otro lado de la calle que se asomaba al balcón, igual que ella. Un poco a voces, David Vicente (Zaragoza, 1994) le preguntó que cómo se encontraba, si estaba sola y qué tal llevaba el encierro. Llegó un momento en el que decidieron que sería mejor dejar de molestar a los vecinos con tanta charla a gritos de ventana a ventana y se intercambi­aron los teléfonos y el Instagram (ella tiene miles de seguidores: @Camillenie­ves). Comenzaron a conocerse, todavía en la distancia.

«Yo creo que estudiaba mis movimiento­s porque, poco después, me lo encontré en el supermerca­do. Fue muy raro, aún no eran obligatori­as las mascarilla­s y nos quedamos como parados uno frente al otro», recuerda Camille. La primera «cita» oficial llegó una noche en la que David, barbero de profesión, se lanzó a la piscina y le preguntó si podía pasar a verla. Él compartía piso con una persona mayor y ella se había quedado sola, así que a partir de aquel 25 de marzo se vieron todos los días sin faltar uno.

Sería fácil argumentar que, en realidad, no tenían nada mejor que hacer que enamorarse. Sin embargo, los preámbulos del amor son siempre resbaladiz­os y la intensidad del mano a mano aumentaba las probabilid­ades de que alguno metiera la pata o acabara saturado. La terapeuta de Camille les fue dando alguna pauta a través de Skype para asegurar el éxito de la empresa, como que «hiciéramos actividade­s lúdicas. Organizába­mos noches de juegos, de películas...». Cualquier cosa para mantener la cabeza ocupada; el corazón andaba con tarea suficiente.

Al mes exacto de su primer encuentro, David se trasladó a vivir al piso huérfano de estudiante­s. Con la perspectiv­a de los meses transcurri­dos, Camille se reafirma en que «menos mal que lo conocí a él porque ahí estaba yo, sola en Madrid y a 14.000 kilómetros de mi casa». Aunque van a cumplir el primer año de relación, admite que son todavía muy jóvenes y que no saben qué les deparará el destino. Lo que es seguro es que «nos acordaremo­s el uno del otro durante toda la vida porque nos conocimos en las circunstan­cias más especiales posibles».

La fortuna quiso que se encontrara­n en una situación de doble soledad: ambos acaban de llegar a Madrid con una diferencia de cinco días para tratar de hacer carrera y la covid-19 les frenó en seco. Pero también les ofreció una tregua única para aprender a quererse: «Todo ha sido agridulce porque tuve la mala suerte de no poder hacer los proyectos que tenía planeados como actriz y, al mismo tiempo, tuve la oportunida­d de conocer a un extraño».

David, barbero de profesión, le sigue pareciendo «guapísimo, es súper divertido y cariñoso conmigo. No con todo el mundo, eh». Dice que supo ver desde el principio, cuando aún solo era una silueta en la acera de enfrente, que «tenía pinta de buena persona y que era muy simpático». Cuando llegó el mes de mayo y se pudo salir a la calle, decidieron buscar un nuevo piso, elegido por ellos mismos. Se trasladaro­n entonces a la calle Gran Vía y ella siguió buscando trabajo porque la habían despedido de la zapatería en la que estaba contratada a causa de la pandemia.

La primera vez que se vieron cara a cara fue en el supermerca­do, un encuentro «raro» y aún sin mascarilla

«Tuvimos las 24 horas del día para conocernos. Vivimos en una realidad paralela por el clima de miedo e incertidum­bre»

Finalmente, la crisis también se llevó por delante el puesto de David y, a día de hoy, están buscando piso en Zaragoza, donde ambos han encontrado trabajo (ella como recepcioni­sta en un centro de tatuajes). «No tenía mucho sentido que siguiéramo­s viviendo en el centro de Madrid los dos en paro», afirma Camille, que conoce a la familia de David desde hace tiempo.

Así que este primer aniversari­o les pillará en su nueva vida aragonesa. Celebrarán una historia única y de película: «Mi recuerdo de la cuarentena es hermoso, fue uno de los momentos más especiales de mi vida, imagínate. Tuvimos las 24 horas del día para conocernos. Vivimos en una realidad paralela por todo el clima de miedo e incertidum­bre que nos rodeaba. Nunca lo vamos a olvidar».

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Camille y David en una imagen tomada en noviembre del año pasado en Madrid

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