Conocerlo era quererlo
Se produjo la transición querido amigo, como tú dijiste, te fuiste en silencio. Pero ahora más que nunca, todos los que te queremos están imbuidos de tus recuerdos, de tu sonrisa, de tu mirada, de tu arrolladora y vitalista personalidad.
Conocer a Jordi Cornet era quererlo. Era imposible no quererlo y respetarlo desde cualquier posición personal e ideológica, él se hacía respetar, se hacía querer. Como digo, era imposible no quererlo.
Estos días le he recordado como político atípico, bondadoso, muy trabajador, capaz de generar los mejores equipos, de crear los mejores ambientes de trabajo –cómo nos hacías trabajar y reír– compaginándolo con un alto nivel de exigencia, dedicación y profesionalidad. Así era nuestro Jordi Cornet, el artífice de los mejores resultados de la historia del PP de Cataluña, de su contribución a la modernización e impulso tecnológico del Consorcio de la Zona Franca de Barcelona.
Pero en este último tributo que le rindo, quiero recordar especialmente su mejor lección de vida. La de estos últimos cinco años, en su lucha contra su enfermedad y en la que jamás perdió su coraje, su valentía y su fuerza para enfrentarse a ella. Le acompañaron, su profunda y sólida fe católica, y su extraordinario sentido del humor, que no perdió ni en los peores momentos. Pero en esta lección de humanidad, Jordi ha demostrado tener un baluarte excelente: su familia. Toda su familia, pero especialmente su mujer y sus cuatro hijos. El Jordi que yo conocí, no sería el mismo sin Carmen, sin Jorge, sin Javier, sin Teresa y sin Carmen. Eran parte de él, y solo alguien como él podía construir una familia tan extraordinaria como la suya.
Antes de partir, en esta nueva singladura, mi querido amigo, tus últimas palabras conmigo hace un mes fueron: Gracias súper Jefa (que era como tú me llamabas siempre) y debo contestarte mirando al cielo y sonriendo gracias a ti mi súper secre (que era como yo le llamaba), infinita y eternamente. Gracias a ti siempre.