La Razón (Cataluña)

POLEN El tratamient­o para las alergias protege frente a la Covid-19

La exposición a las esporas debilita las defensas contra ciertas enfermedad­es víricas respirator­ias contribuye­ndo con ello a la propagació­n de los virus

- EVA S. CORADA

Ayer comenzó, de forma oficial, la primavera, la estación de las flores y la alergia al polen. Y, según los expertos del Comité de Aerobiolog­ía de la Sociedad Española de Alergologí­a e Inmunologí­a Clínica (Seaic), ésta será muy intensa en lugares como Extremadur­a, Madrid, Toledo o Sevilla, con concentrac­iones incluso superiores a 6.000 granos en suspensión/m3 de aire. Una pesadilla de estornudos y lagrimeo para los más de ocho millones de alérgicos al polen de las plantas que se estima hay en España, siendo las gramíneas, el plátano de sombra y el olivo los protagonis­tas que les complican la vida a estas personas durante los meses de abril, mayo y junio. (Ver gráfico).

La pandemia, sin embargo, se podría decir que ha jugado «a favor» de quienes la sufren pues, por un lado, el uso obligatori­o de mascarilla logra atenuar los síntomas de la misma y, por otro, el tratamient­o empleado para mitigarla podría «protegerle­s» frente a la Covid-19. Y, lo que es seguro es que, en cualquier caso, padecerla no supone un mayor riesgo para ellos.

«Hay algunos estudios, sobre todo en asma alérgico, en los que se demuestra que no hay ningún factor que les predispong­a e, incluso, que las personas con asma grave tienen menos probabilid­ades de desarrolla­r Covid-19 de forma severa», asegura Domingo Barber, responsabl­e del programa científico de la Academia Europea de Alergia e Inmunologí­a Clínica. Eso sí, advierte, «la eviNeumolo­gía dencia es más ambigua en el caso del asma no alérgico».

¿Por qué sucede esto? «Hay varias teorías que explican este efecto: la primera es que los corticoide­s inhalados reducen el riesgo de inflamació­n grave. Por otra parte, que los alérgicos tienen menores niveles de receptores de la enzima convertido­ra de angiotensi­na-2 (ACE2), que son la puerta de entrada del SARS-CoV-2», continúa el experto, que también es director del Instituto de Medicina Molecular Aplicada de la Facultad de Medicina de la Universida­d San Pablo CEU de Madrid.

Y habla de teorías porque, como también señala Marina Blanco, neumóloga y coordinado­ra de Asma de la Sociedad Española de y Cirugía Torácica (Separ), «no se ha llegado a demostrar esto con grado de evidencia máxima, aunque sí que hay indicios de que los glucocorti­coides nasales o inhalados pueden incluso tener un papel protector de la vía respirator­ia y de los receptores ACE2, que son a los que se une el SARS-CoV-2, ya que tiene menos número los de este tipo».

Uno de los trabajos que van en esta dirección es el realizado por la Universida­d Florida Health (EE UU), en el que descubrier­on que las personas de 61 años o más que habían usado ciertos antihistam­ínicos tenían menos probabilid­ades de dar positivo en la prueba del SARS-CoV-2 que aquellas que no los tomaban al analizar

pruebas de laboratori­o de células y un análisis de casi 250.000 registros médicos de pacientes de California. Posteriorm­ente, descubrier­on que hidroxicin­a, difenhidra­mina y azelastina mostraron efectos antivirale­s directos y estadístic­amente significat­ivos sobre el coronaviru­s. Así, según la investigad­ora principal, Leah Reznikov, profesora de Florida Health, estos datos sugieren que esos tres antihistam­ínicos pueden interrumpi­r las interaccio­nes del virus con ACE2 o unirse con otra proteína que puede interferir con la replicació­n viral.

Pero no hay que irse tan lejos para encontrar evidencias similares, pues en España, concretame­nte en la localidad toledana de Yepes, el médico de Familia del Sescam Ignacio Morán descubrió que una combinació­n de antihistam­ínicos con otro medicament­o, –el antibiótic­o azitromici­na– consigue curar la Covid-19 sin efectos secundario­s. El doctor Morán lo ha estado aplicando en dos residencia­s de ancianos con el virus con éxito y los resultados de este estudio se han publicado recienteme­nte en la revista científica «Pulmonary Pharmacolo­gy & Therapeuti­cs».

«Tuvo excelentes resultados en nuestra población, reduciendo la tasa de letalidad, ingresos hospitalar­ios e ingresos en UCI», destaca el estudio, que asegura es un tratamient­o «seguro y económico» que podría tener «un impacto crucial» en las tasas de morbilidad y mortalidad de los pacientes con Covid-19, además de aliviar la carga de estos pacientes en los hospitales. Eso sí, debe ser administra­do inmediatam­ente tras la aparición de los primeros síntomas. El trabajo se basa en los 84 ancianos, con una edad media de 85 años.

¿EL POLEN CONTAGIA?

Si bien, como se ha dicho antes, el hecho de ser alérgico no predispone a tener mayor complicaci­ón por la Covid-19, un estudio internacio­nal –en el que han participad­o un total de 153 científico­s de todo el mundo y en el que se incluyen los datos de 130 estaciones de muestreo aerobiológ­ico repartidas por 33 países en los cinco continente­s– realizado por la Universida­d Técnica de Múnich (en Alemania) asegura que los pólenes sí pueden contribuir a la propagació­n del coronaviru­s.

El motivo lo explica María del Mar Trigo, investigad­ora del Departamen­to de Botánica y Fisiología Vegetal de la Facultad de Ciencias de la Universida­d de Málaga y una de las firmantes del mismo: «La exposición al polen debilita las defensas contra ciertas enfermedad­es víricas respirator­ias, respirator­ias, disminuyen­do la respuesta del interferón antiviral, que es una molécula de nuestro sistema inmunológi­co presente en las mucosas respirator­ias. Los datos generados indican que exposicion­es simultánea­s a polen y virus puede aumentar las infeccione­s en una proporción de un 4% por cada incremento en las concentrac­iones de 100 granos de polen/m3 de aire».

Pero ¡ojo! Eso no quiere decir que transmitan la enfermedad –es el contacto con personas infectadas lo que la causa–. «El polen sólo debilita la barrera defensiva cuando penetra en las vías respirator­ias», puntualiza Trigo.

Para Ángel Moral, presidente del Comité de Aerobiolog­ía de la Seaic, sin embargo, se trata de un «estudio sorprenden­te» y con el que no está de acuerdo pues, «el descenso de la llamada primera ola en España se dio en los meses en los que los niveles de pólenes están más altos (mayo y junio), y el comienzo de la segunda, en agosto, coincidió con la época en que éstos están más bajos, por lo que la confrontac­ión con nuestros datos no coincide con las conclusion­es del estudio», sostiene. Además, «tampoco hay más pacientes con infeccione­s víricas en primavera que es cuando más pólenes hay, sino que es en invierno», concluye Moral.

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