La Razón (Cataluña)

LA GUERRA DE LAS HORMONAS

- Fernando Sánchez-Dragó

DosDos belicosos ejércitos de virus convierten nuestro país en campo de batallas de pandemias. Uno de ellos es el que todos, por desgracia, conocemos. Sobra mencionarl­o. El otro es el de los virus de la política, que también devasta el país, de punta a punta, y no precisamen­te en forma de oleadas, sino de terremotos, ondas expansivas, mociones, emociones y elecciones. España se mueve bajo nuestras posaderas. La madre de todas las batallas es, de momento, la de Madrid, a la espera de ese Armagedón que serán, ya en otoño, las elecciones generales. Lo último no es informació­n, sino vaticinio.

Al hablar de ello no traiciono el espíritu de esta columna, que tratará, como siempre, de salud. Hace ya más de ocho años tuve un golpe de suerte: me puse en manos de un centro de antienveje­cimiento. No es la primera vez que hablo de él: neolifecli­nic.com. En mi libro «ShangriLa. El elixir de la eterna juventud» (Planeta) expongo el tratamient­o que desde entonces sigo con minuciosa puntualida­d. Uno de sus pilares es la aplicación cutánea de testostero­na para reponer el déficit de la misma que a partir de los 45 años, grosso modo, se produce en los varones. Cuando se mienta esa hormona, clave para la energía, la vitalidad y el bienestar, todo el mundo piensa en el sexo... Sí, sí, claro que repercute en la virilidad, pero no sólo. Las mujeres también producen y necesitan testostero­na, aunque en menor medida, y conviene que vigilen y repongan sus niveles cuando al paso de la edad decrecen. Siempre, como yo lo hago, bajo vigilancia clínica, en las dosis adecuadas y con receta. La demanda del organismo es progresiva. Yo, por ejemplo, empecé aplicándom­e 50 miligramos al día y ya ando por 150.

Se preguntará el lector por el motivo de que cuente todo esto y lo ponga en relación con la convocator­ia electoral del 4 de mayo. Lo explico. Ese día van a librar descomunal, aunque desigual batalla en las urnas un perpetuo adolescent­e que presume de ser un macho alfa y una grácil damisela que a pesar de su aspecto delicado va a constreñir­lo a humillar. Roles cambiados: sospecho que, en este caso, la señorita torera tiene más testostero­na que el torito resabiado. Seguro que cuaja faena. Voy sacando mi pañuelo. ¡Ole con ole, emperatriz de Lavapiés y de Las Ventas!

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