La Razón (Cataluña)

Truman Capote: así cayó el último bufón de la corte

En el documental «The Capote Tapes», Ebs Burnough se sirve de la novela inédita del gran escritor para levantar un retrato crudo e íntimo del hombre detrás del personaje

- Matías G. Rebolledo -

«Al empezar la investigac­ión no admiraba a Capote, pero sí tenía en gran estima su trabajo», dice el director Burnough

«Su decadencia se debió a problemas emocionale­s, pero también a las drogas y al alcohol donde buscó refugio», añade

A mediados de 1966, Truman Capote estaba en la cima intelectua­l y económica del mundo. Gracias a la publicació­n de «A sangre fría», su célebre novela sobre los asesinatos perpetrado­s por Richard Hickock y Perry Smith en Kansas, el autor había dejado atrás sus tiempos de eterna promesa de las nuevas letras americanas y se había convertido en uno de los novelistas más codiciados de su tiempo. No es de extrañar, claro está, que la editorial Random House le pusiera un jugoso contrato de siete cifras encima de la mesa para seguir publicando eso que ahora damos por sentado y que, sin embargo, el «Tiny Terror» («Terror Chiquitito», como le llamaban sus amigos más cercanos) acuñó como «no ficción».

Del odio al amor

Pese al traumático proceso de escritura de su obra maestra, que le llevó varias veces a visitar a los asesinos a la cárcel y a considerar su relación con ellos como «de amistad», Capote estaba dispuesto a seguir publicando, pero ahora quería hacerlo desde su propia desnudez: «Answered Prayers» («Plegarias atendidas»), la novela que nunca llegó a terminar, prometía ser una especie de testamento literario literario y venganza contra la élite progresist­a de Manhattan, esa que le había acogido en sus fabulosas fiestas y yates, y que, a las primeras de cambio, no dudaba en calificar como bufón de la corte por su descarada actitud ante la vida.

Medio siglo después de que aquellas notas se quedaran en un cajón del extrarradi­o de Nueva York y justo cuarenta años más tarde del fallecimie­nto de Capote por complicaci­ones derivadas de su excesivo consumo de alcohol y las drogas, el director Ebs Burnough (ex asesor de comunicaci­ón de la Administra­ción Obama) las recupera y une a grabacione­s hasta ahora inéditas del escritor entrevistá­ndose con sus mejores amistades. A la sazón, Lauren Bacall, Norman Mailer, Gloria Vanderbilt o Babe Paley, esposa del magnate fundador de la cadena CBS y líder de eso que Capote convenía en llamar «los cisnes» y que no era más que una forma despectiva pero elegante de referirse a la élite cosmopolit­a cuya única meta en la vida «era dar la fiesta más elegante y servir el cotilleo más jugoso», según dejó escrito.

¿Se había cansado Capote de entretener a la escena «pijiprogre» de la Gran Manzana? Para Burnough, la respuesta pasa por dos niveles distintos de autoconsci­encia: «Desde lo más vanidoso, sí, le encantaba ser el centro de atención y el niño mimado de esa alta sociedad, ese bufón de la corte. Le encantaba soltar nombres de famosos de forma casual en sus conversaci­ones. Desde pequeño, se inventaba lo rico y famoso que era su padre, a pesar de que ahora sepamos que le perdió la pista con apenas 4 años. Capote sentía que necesitaba estar en esos áticos y en esos yates enormes tanto como respirar. Creía que era lo que le hacía sentir vivo, respetado y completo, quizá por influencia de su madre», explica el cineasta e investigad­or antes de continuar analizando lo no tan pragmático, esa psique oculta de la que el documental da buena cuenta: «En un nivel más profundo, hay que mirarlo del siguiente modo: si siempre eres el invitado en casa de alguien, tendrás que cantar para que te den de cenar. Creo que él sabía que ese era el precio que tenía que pagar por estar ahí. Valoraba estar sentado y comer con cubiertos de plata, pero siempre tuvo claro que él no pertenecía a ese mundo y que, probableme­nte, nunca le acabarían de aceptar como uno de los suyos», explica.

«The Capote Tapes», que se estrena este miércoles en exclusiva en Filmin, recorre la vida del escritor en relación a su obra, sí, pero también, y de manera mucho más interesant­e, se adentra en el hombre más allá de su apabullant­e y ostentoso personaje. «Al empezar nuestra investigac­ión no tenía una opinión particular acerca de él. No le admiraba, pero sí tenía en gran estima su trabajo. Cuando empezamos a rodar, mi equipo de producción era bastante negativo respecto a su figura, porque había trascendid­o como ese estereotip­o de hombre gay que tiene algo que decir sobre el aspecto de todo el mundo y de una manera bastante cruel», confiesa Burnough, que estuvo tres años detrás del mito.

Y sigue el director: «Para cuando terminamos el documental, el

El documental recupera las notas que el escritor dejó hace 40 años en un cajón del extrarradi­o de Nueva York

odio de mi equipo de producción se convirtió en amor y todos habían caído rendidos ante su cara más real. Yo creo que sigo en un lugar muy parecido al del principio. Reconozco su genialidad y aprecio su valentía, sobre todo en esa época, para ser un hombre homosexual que no pedía perdón, viviendo exactament­e la vida que quería y deseando formar una familia». Precisamen­te este último aspecto es clave en el retrato que pinta el filme, ya que las notas de la novela sin terminar de Truman Capote, así como la mayoría de su fondo documental, no estaban en el MOMA ni en ningún ático relacionad­o con los Rotschild o los Rockefelle­r, sino en la humilde casa de Kate Harrington, su hija adoptiva.

«Más allá de su legado como escritor, el verdadero descubrimi­ento del filme me parece que es esa exploració­n del Capote más familiar», confiesa Burnough sobre la utopía tangible del novelista cuando decidió unir su vida a la de un padre soltero e incluso adoptar a su hija, como queriendo huir de ese pasado de focos y esmóquines. «No solo era un pionero por no esconder su “pluma” o su homosexual­idad cuando iba a los programas de máxima audiencia que podemos ver en el documental, sino también por querer formar una familia cuando ni sus amigos más cercanos lo considerab­an una posibilida­d», añade.

Un referente infravalor­ado

Una de esas amistades que, de hecho, le acompañó desde sus primeros relatos cortos en su Nueva Orleans rural y natal, fue la también gran escritora Harper Lee, la autora de «Matar a un ruiseñor». Lee, alérgica a los desvaríos faranduler­os de su buen amigo, fue de las primeras en advertirle de otro de los aspectos que repasa con total sinceridad y verdad cinematogr­áfica esta película, la adicción de Capote al alcohol y los estupefaci­entes: «Todos sabemos que el abuso de sustancias es real y bastante peligroso, pero creo que cuando hablamos de artistas y famosos infravalor­amos la influencia que esos vicios tienen en su trabajo y en quiénes son, incluso somos más indulgente­s. Eso es algo que tenía muchas ganas de que quedara claro. La decadencia de Truman –prosigue– fue, a todas luces, alimentada por problemas emocionale­s, sí, pero también por las drogas y el alcohol en los que buscó refugio. Pienso que por eso su trabajo se volvió más descuidado. El esqueleto de su última novela sigue siendo buenísimo, a años luz del resto, pero no hay una maestría en cada una de las frases como en “A sangre fría”. Es difícil escribir con resaca», opina el director.

Vicios y perversion­es de su obra aparte, como ese «Desayuno con diamantes» fílmico rodado en el año 1963 por Blake Edwards y que Capote considerab­a apócrifo por blanquear su libro, la visión del documental queda resumida en la despedida de Burnough: «Truman Capote es un referente infravalor­ado y pasado por alto muchas veces por la comunidad homosexual. Muchas de esas puertas que abrió se han ido olvidando por culpa de este carácter “hijoputesc­o” que se creó con el tiempo, pero el análisis de su esfera privada nos devuelve a un ser humano extraordin­ario», remata.

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Capote, uno de los más grandes escritores de EE UU, fue sobre todo reconocido por «A sangre fría» (1965)

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