Santos Sanz Villanueva
Es mi Maestro por antonomasia. Soriano de nacimiento y madrileño de adopción. Tuve el enorme privilegio, la suerte, el placer y el gusto de conocerlo y ser alumno suyo en el curso 1971-72, en la UCM, en mi segundo de Comunes, de la desaparecida Licenciatura en Filosofía y Letras. Yo pensaba estudiar Historia o Filosofía (pura, que la denominábamos nosotros), pero conocer a Santos y decidirme por la Filología Hispánica fue todo al unísono. Era un tipo muy serio (la única vez que recuerdo que nos reímos en su clase se produjo cuando se le cayó al suelo el micrófono que utilizaba). Sus clases eran, sin embargo, extraordinarias y muy didácticas, y nos mantenían en vilo. Como era la última de la mañana, empezamos a coincidir en el autobús que nos llevaba a Moncloa. En principio, por casualidad, luego, le cogí gusto a hacer ese trayecto con él y escucharle contar mil y una historias porque es un relatador nato. Nos interesamos por nuestras vidas y fuimos creando, por su generosidad, una relación que, con el tiempo, devino en amistad profunda.
Le hice un favor, mi padre mediante, al acabar mi relación de alumno con él, y hasta la muerte de mi progenitor todos los años le enviaba un excelente regalo gastronómico como agradecimiento, a pesar de que yo le decía que ya había devuelto con creces ese favor. Catedrático de Literatura Española, es, además, el mejor crítico literario de novela española contemporánea. Tiene una variada obra académica, pero muy legible, sobre la novela española del franquismo y del posfranquismo. Sus críticas son sabias, mordaces y con finísimo humor. Si Santos dice que una novela es buena, sin dudarlo hay que leerla. Y todo ese conjunto lo ensambla un extraordinario ser humano quien junto a Begoña y Cristina forman parte de mi familia más querida.