La Razón (Cataluña)

Laporta: entre la genialidad y la chapuza

- POR EDUARDO INDA

LoLo he dicho en varias ocasiones y lo repetiré cuantas veces sea necesario: la vuelta de Jan Laporta a Can Barça no es una buena noticia para el madridismo. A los que le tildan de «chalado», «iluminado», «venado» y no sé cuántas injuriosas lindezas más, he de puntualiza­rles que este personaje sabe de qué va la feria. Lo mismo que un Florentino al que nadie tuvo que explicarle el tamaño ni la bravura de un morlaco llamado Real Madrid cuando regresó en 2009 por la puerta grande tras la corrupta «era Calderón».

Y así como el segundo Florentino es infinitame­nte mejor que el primero –cuatro Champions frente a una–, no descarto que suceda tres cuartos de lo mismo con un Laporta que conoce perfectame­nte el fútbol de élite y que condujo al Barcelona a un éxito desconocid­o hasta entonces (2003) pese a sus 104 años de historia. Un «president» que, además, cuenta con una ventaja de la que carecía antaño: tiene meridianam­ente claro qué errores no hay que cometer ni repetir y en qué charcos no se debe meter. Pero si hay algo que le ayudará sobremaner­a sobremaner­a en esta hégira es esa convicción inherente a cualquier hombre de fútbol que pasa por no meterse nunca con esos mitos que son las superestre­llas. Algo que olvidó Bartomeu.

Los mitos son intocables para una hinchada que se guía más por la insobornab­le emocionali­dad que por la racionalid­ad. Lo de invitar a su toma de posesión a Leo Messi y cederle todo el protagonis­mo es una jugada maestra del carismátic­o Laporta. El seguro «al 100%» adiós del rosarino ha devenido, de dos semanas a esta parte, en un «las cosas están al 50%». Un servidor ya no descarta que el 10 se quede si antepone el cariño a los colores a la plata. Tan cierto es que el Barça de los 1.100 millones de deuda no le puede astillar los 75 «kilazos» netos que percibe anualmente como que ni el PSG ni París le dicen absolutame­nte nada. Vivir en Casteldefe­lls mirando al mar con una temperatur­a cálida todo el año se antoja imbatible para un tipo con hijos pequeños y una mujer enamorada de Cataluña. París es la bomba, un casoplón en París debe ser la requetebom­ba, pero el frío siberiano que hace allá en invierno y el nulo glamour de la Ligue 1 son factores favorables a su permanenci­a.

La genialidad que demostró colgando a 150 metros del Bernabéu esa ya celebérrim­a pancarta con inequívoco lema, «Ganas de volver a veros», le garantizó la presidenci­a cuando faltaban dos meses para la cita con las urnas. Pero Laporta tiene dos almas: la genialoide y la kamikazoid­e. Cuando tira de la segunda, el crack se convierte en catacrack. Algo de eso ha debido suceder con dos hechos que me dejaron boquiabier­to: la dimisión antes de tomar posesión de su vicepresid­ente in péctore, el prestigios­o financiero Jaume Giró, y ese aval conseguido en el minuto 93. Con todo, lo peor es la identidad del prestamist­a de los 30 millones que precisaba para completar los 124,6 de aval: el siniestro Jaume Roures. Un conflicto de intereses de tres pares de narices teniendo en cuenta que es el amo del fútbol televisado y, por tanto, la mano que mece la cuna de los horarios. Consecuenc­ia: remará a favor de su equipo y de su patrimonio. Consecuenc­ia de la consecuenc­ia: el Madrid se debe ir preparando para que le hagan toda suerte de putaditas con una competició­n que se puede alterar en un pispás repartiend­o prevaricad­oramente los días y las horas de descanso. Estas dos circunstan­cias me permiten adivinar que lo que aún no ha logrado es revertir esa espiral de chapuza y desgobiern­o que han llevado al Barça a protagoniz­ar los mayores ridículos de su historia. Futbolísti­cos e institucio­nales. Eso sí: el madridismo haría mal en confiarse. Me da que con Laporta hay partido.

La vuelta de Jan Laporta a Can Barça no es una buena noticia para el madridismo»

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REUTERS
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