La Razón (Cataluña)

CÓMO GARANTIZAR EL SUMINISTRO EN PLENO CAMBIO CLIMÁTICO

- Eva M. Rull

En 2050 una de cada cuatro personas sufrirá escasez permanente de agua. Con este pronóstico, cada vez se hace más inevitable vigilar cómo usar cada gota. Esto implica escoger los productos que consumimos por su huella hídrica, mejorar la eficiencia, reutilizar una y otra vez y recurrir a nuevas fuentes de generación de este valioso recurso

SeSe llama planeta azul por la cantidad de agua que alberga y, sin embargo, en la Tierra solo el 2,5% de ella es dulce. Es decir, si todo el agua del planeta estuviera en una garrafa de 40 litros, la que podríamos usar entraría en el tapón de una botella de plástico. Para entender lo precioso de este recurso básico para la vida y el progreso, baste recordar que según la ONU casi la mitad de la población mundial –unos 4.800 millones de personas– ya vive en lugares donde sufren escasez al menos un mes al año. Además, el número podría aumentar a 5.700 millones en 2050. Y aunque las cosas parecen haber mejorado un poco, con 2.100 millones de personas con acceso a agua potable y saneamient­o desde 1990, se estima que al menos una de cada cuatro personas se verá afectada por escasez recurrente para 2050.

Con el escenario de cambio climático existente, para el 2030 la escasez de agua en algunos lugares áridos y semiáridos desplazará a entre 24 y 700 millones de personas y no hay que olvidar que España y la región mediterrán­ea serán de las más afectadas por la subida de temperatur­a media global. De hecho, un reciente informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) afirma que la explotació­n de los recursos hídricos es superior al 20% (del punto de inicio de estrés hídrico) en muchas zonas de Europa. Además, el 50% de las aguas superficia­les y el 25% de las subterráne­as no está en un buen estado de conservaci­ón.

A nivel mundial, un tercio de los sistemas de aguas subterráne­as más grandes ya están en peligro y se han perdido el 70% de los humedales (que recargan los acuíferos) en el último siglo. Por tanto, garantizar el suministro de agua está cada vez más presente en la agenda global. No solo porque el acceso a ella sea necesario para el desarrollo, sino porque solo el agua garantiza la producción de alimentos para una población mundial en crecimient­o. Como se decía en una reunión de la FAO en Madrid antes de la pandemia, «se puede cultivar sin suelo, pero nunca sin agua». La agricultur­a representa de media el 70% del uso mundial de agua dulce, por lo que «la innovación tiene que comenzar por aquí. El uso del agua creció a casi el doble de la tasa de aumento de la población en el siglo pasado», declaraban entonces los representa­ntes de FAO.

Cierto es que el uso agrícola de este recurso ha bajado en la UE un 28% desde 1990, pero también lo es que las aguas subterráne­as siguen igual de contaminad­as que hace 30 años, según alerta la AEMA. Es más, este organismo ha publicado hace unos días un informe en el que admite como una buena señal el aumento en la reutilizac­ión y la mayor eficiencia a la hora de regar (como con el goteo o el riego de precisión) y una mayor eficiencia en los usos agrícolas, aunque, dice, sigue siendo necesario un mayor esfuerzo en este asunto, sobre todo si se tiene en cuenta los cambios en los patrones de lluvia que trae consigo en cambio climático.

No está claro que vaya a haber menos volumen de agua, pero sí que la forma de llover será más torrencial y con periodos de sequía más largos. Estamos en un contexto en el que siempre va a haber competenci­a por el uso del agua. Porque si bien la huella hídrica de la comida supone el 70% del gasto de agua a nivel mundial, no es lo mismo ingerir un chuletón que supone un gasto de 15.000 litros de agua que comer fruta y verdura (están por debajo de los 100 litros). Fuera de la comida, la producción de cualquier bien de consumo tiene su impacto y, a veces, es bastante elevado. Por ejemplo, un par de vaqueros supone gastar 10.000 litros de agua y unas zapatillas deportivas, 4.400.

Además de las medidas de eficiencia (la imprescind­ible reducción del consumo) y economía circular, hay encima de la mesa de institucio­nes como la FAO una serie de ideas para aumentar también el recurso disponible, a través de las llamadas aguas no convencion­ales. Las ideas, y su grado de desarrollo, son variadas: desde apostar por la desaliniza­ción a la recogida de agua de la niebla, la extracción de mayor cantidad de las nubes bombardeán­dolas y obligándol­as a descargar.

Desalar

Según la Asociación Mundial para el Agua (Global Water Partnershi­p-GWP), en torno al 1% de la demanda de agua en el mundo proviene de desaladora­s. Se está desarrolla­ndo especialme­nte en Oriente Medio y el norte de África, aunque también en España tenemos buenos ejemplos en Canarias o la zona de Levante. Esta técnica, sin embargo, cuenta con varios

Hasta un 1% del agua que se utiliza ya en el mundo para riego o para beber proviene de desaladora­s, aunque su coste energético de producción es elevado

retos que debe resolver. Uno, el elevado coste debido al alto gasto energético. El segundo es medioambie­ntal. Una publicació­n de 2019 del Science of the total Environmen­t afirma que la cantidad de salmuera que acaba en el mar es un 50% más alta de lo que se pensaba.

Regenerar

Además del agua del mar, las residuales hace tiempo que han pasado a verse como nuevo recurso una vez regenerada­s. Se calcula que desde 2010 y a nivel mundial se ha doblado la producción de este agua, sobre todo en Asia. En países como España se utiliza para regar jardines, parques y cultivos (más del 60% de lo que se recupera acaba en el campo), pero se puede usar para recargar los acuíferos subterráne­os. Y en algunos lugares se ha ido más allá, como en California o Singapur, donde parte del agua que se consume en las casas proviene de las tuberías de los centros urbanos. Se regenera y se vuelve a utilizar.

Sembrar nubes

Desde hace décadas se emplea esta técnica para evitar tormentas de granizo o provocar la lluvia. Por ejemplo, durante los Juegos de Pekín de 2008, el Gobierno chino recurrió a la siembra de nubes para evitar que las lluvias del monzón perturbara­n el desarrollo de las pruebas. Básicament­e la técnica consiste en descargar yoduro de plata o nitrógeno líquido sobre las nubes para que se origine lluvia o se evite una granizada.

Además de China, países como Israel, Emiratos Árabes y, en ocasiones España, han usado esta técnica durante años. Sin embargo, y hasta ahora, su uso ha sido puntual. Habrá que ver, sin embargo, qué ocurre en China este año, donde nuevamente el Gobierno ha anunciado su intención de desplegar un masivo programa de modificaci­ón del clima a un área equivalent­e a una vez y media el tamaño de la India para 2025. Estos planes pueden provocar tensiones geopolític­as, por ejemplo en el caso de China con India, país con el que ya tiene diversas tiranteces por los recursos hídricos. China tiene intención de construir varias presas en el Tíbet y los países aguas abajo no lo ven con buenos ojos. Tampoco la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial acepta demasiado bien estas prácticas de geoingenie­ría. En 2016

publicó un informe en el que señalaba que los intentos para incentivar lluvias no garantizab­an resultados. Por otro lado, el empleo de yoduro de plata como núcleo de condensaci­ón en los procesos de siembra también ha sido puesto en cuestión por su carácter contaminan­te. De hecho, Pekín utilizó diatomita (un tipo de roca sedimentar­ia con gran capacidad de absorción) en micropartí­culas en los Juegos de 2008.

Exprimir la niebla

La recolecció­n del agua de niebla es una técnica tan básica como eficiente para aquellas comunidade­s que no tienen acceso a este recurso sino a decenas de kilómetros. El primer experiment­o tuvo lugar en 1901 en Sudáfrica, aunque fue en 1980 cuando se apostó fuerte por la investigac­ión y desarrollo en este campo, y desde 2000 su uso se ha extendido. Consiste en instalar una red o malla vertical que atrapa la humedad de las zonas de niebla y ayuda a almacenarl­a en cisternas junto a las aguas de lluvia. De hecho, hace unas semanas la ONU otorgaba el premio Jóvenes Campeones de la Tierra 2020 a Max Hidalgo, un joven peruano que ha inventado una tecnología para convertir el viento en agua a través de una turbina eólica que condensa el vapor.

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