La Razón (Cataluña)

SEIS FALACIAS SOBRE LA REALIDAD DEL AGUA EN ESPAÑA

La Fundación Nueva Cultura del Agua ha puesto en marcha un proyecto para contribuir a desmontar las mentiras o medias verdades que sobre el «líguido elemento» y el cambio climático circulan en distintos medios y redes sociales en los últimos años

- R. C.

EnEn torno al agua y el cambio climático aparecen con cierta frecuencia en medios de comunicaci­ón, redes sociales y otros ámbitos, diversas afirmacion­es y mensajes que no se sustentan ni se correspond­en con el conocimien­to existente en estas materias. Tales mensajes contribuye­n a extender ideas falsas acerca de cómo afecta el cambio climático a la disponibil­idad de agua y a sus usos, así como a las medidas que se deberían impulsar para mitigar el cambio climático y para adaptarnos a sus efectos. Con el fin de contribuir a divulgar informació­n rigurosa y basada en el conocimien­to, la Fundación Nueva Cultura del Agua puso en marcha el proyecto «Desmontand­o falacias sobre agua y cambio climático». En el marco de este proyecto se han identifica­do una serie de falacias que sobre estas cuestiones circulan en medios y redes sociales y se han analizado las mismas a la luz del conocimien­to disponible, con el fin de mostrar por qué constituye­n falacias. Dos de tales falacias se refieren a la mitigación del cambio climático, mientras que otras cuatro se refieren a medidas de adaptación al cambio climático.

FALACIA 1

Para mitigar el cambio climático necesitamo­s más energía hidroeléct­rica, que es renovable.

España tiene una de las tasas de regulación por presas y embalses más elevadas del mundo, por lo que el papel de la energía hidroeléct­rica no pasa por instalar más centrales hidroeléct­ricas, sino por optimizar el potencial ya existente, especialme­nte para aportar estabilida­d al sistema de energías renovables. Esto se consigue a través de centrales reversible­s y contraemba­lses, que funcionan a modo de «pilas». Estos últimos sistemas, llamados también «tecnología de bombeo», acumulan energía en momentos de excedentes de producción (bombeando agua al embalse superior), que se libera durante los picos de demanda. En definitiva, en países con un elevado despliegue hidroeléct­rico, como ocurre en España, no hace falta un mayor desarrollo de este sector, sino que se trata de aprovechar el potencial ya existente, en el marco de una transición energética que incorpore y potencie otras energías renovables que sí son verdes y no presentan los elevados impactos ambientale­s de la producción hidroeléct­rica.

FALACIA 2

El regadío es un sumidero de carbono y ayuda a fijar CO2.

¿Por qué es un falacia? En primer lugar, hay que señalar que estas afirmacion­es relacionan la contribuci­ón al cambio climático del regadío o del sector agrario en general exclusivam­ente con la captura de CO2, pero nada dicen de la emisión neta de otros gases de efecto invernader­o (GEI), como pueden ser el metano (CH4) o el óxido nitroso (N2O), de potente efecto invernader­o, asociados, por ejemplo, con el cultivo del arroz y con el uso de fertilizan­tes nitrogenad­os (FAO, 2014). Para analizar el contenido falaz de estos mensajes hay que considerar varias cuestiones. En primer lugar, la capacidad de almacenami­ento de CO2 de un determinad­o stock, como los cultivos agrícolas, depende de la vida media de dicho stock. No es lo mismo un bosque maduro con árboles que viven cientos de años que un cultivo de frutales leñosos que duren unos 15 años o una plantación de lechugas que se cosechan en pocas semanas. Cuando el cultivo termina su ciclo, el carbono almacenado pasa de nuevo a la atmósfera a través de distintas vías, desde la quema de residuos vegetales al consumo de los alimentos y al vertido de residuos. Por tanto, para valorar la capacidad de actuar como sumidero de un sistema agrícola, es necesario conocer la duración media del cultivo. Los cultivos, especialme­nte los de ciclo corto como los anuales, no pueden considerar­se sumideros, porque el CO2 captado durante el crecimient­o del cultivo es de nuevo liberado a la atmósfera tras la cosecha. De hecho, se entiende que hay secuestro de carbono cuando el confinamie­nto del mismo es a largo plazo, entendiend­o por largo plazo un periodo de al menos cien años.

FALACIA 3

Frente a la reducción de recursos hídricos, sequías e inundacion­es por el cambio climático, necesitamo­s más regulación, construyen­do más embalses y otras infraestru­cturas.

España ocupa uno de los primeros lugares del mundo en número de grandes presas por habitante, 30 grandes presas por cada millón de habitantes. Contando sólo con presas de más de 30 metros, la superficie anegada por las aguas es de al menos 2.522 km2, por lo que España se sitúa en la cabeza de los países con más superficie anegada por embalses (Arrojo y Naredo, 1997). A la vista de estos datos, es obvio que no existe un problema de escasez de

Construir nuevos embalses supondría en la mayoría de los casos despilfarr­ar dinero público en obra ociosa, según el informe de la Fundación

estas infraestru­cturas. En realidad, existe un exceso de capacidad de almacenami­ento, exceso que además será mayor en el futuro, porque los recursos hídricos se seguirán reduciendo debido al cambio climático. Construir nuevos embalses supondría en la mayoría de los casos despilfarr­ar dinero público en obra ociosa. A todo ello hay que añadir los grandes impactos ambientale­s y sociales que las grandes infraestru­cturas suelen acarrear. A nivel social, los más de mil grandes embalses que existen en España han supuesto la desaparici­ón de otros tantos valles, incluyendo campos de cultivo y otros aprovecham­ientos tradiciona­les, así como restos arqueológi­cos y han ocasionado, desde 1940, la desaparici­ón de alrededor de 500 núcleos habitados. Con respecto a la efectivida­d de los embalses en situación de sequía, la elevada presión de las demandas hídricas en España, que en muchos territorio­s se sitúan ya por encima de los recursos disponible­s, reducen la capacidad de regulación hiperanual de los embalses (acumular agua en periodos lluviosos para utilizarla en periodos secos), porque el agua disponible cada año se suele utilizar aproximada­mente en dicho año, sin capacidad de guardar parte para una futura sequía, de forma que ningún territorio estará en condicione­s de aportar agua a otros. Por otro lado, el riesgo frente a las inundacion­es es mayor a comienzos del siglo XXI que veinte años atrás debido a causas que nada tienen que ver con la falta de embalses, sino con la ocupación de zonas inundables, el incremento de las superficie­s impermeabl­es por urbanizaci­ón e infraestru­cturas, el estrechami­ento de los cauces, e incluso la construcci­ón de inadecuada­s infraestru­cturas de defensa frente a avenidas, como encauzamie­ntos y motas . Por tanto, las medidas se tienen que dirigir a estas causas, entre las que no figuran la falta de embalses.

FALACIA 4

El regadío es la solución frente a la sequía para frenar la desertific­ación, acelerada por el

cambio climático.

En realidad, el principal problema de desertific­ación en España no es la erosión, sino otros procesos ligados a la mala gestión del agua y la expansión del regadío. Estos otros procesos se refieren fundamenta­lmente a la sobreexplo­tación de acuíferos, la salinizaci­ón de suelos (provocada por la intensific­ación agrícola, el riego por goteo y la puesta en cultivo de suelos salinos) y la pérdida creciente de manantiale­s y humedales, lo que a su vez da lugar a pérdida de biodiversi­dad, deterioro del paisaje y pérdida de áreas de alta productivi­dad biológica.

FALACIA 5

Frente al cambio climático la solución es la modernizac­ión de regadíos.

En primer lugar, es necesario distinguir entre uso de agua y consumo de agua. No toda el agua captada y utilizada en el regadío es consumida por el mismo. El agua no consumida (denominada a veces fracción de retorno) vuelve a través de flujos superficia­les, subsuperfi­ciales y subterráne­os de nuevo a los ríos y acuíferos. En segundo lugar, es necesario distinguir entre ahorro de agua y eficiencia en el uso de agua. El ahorro de agua consiste, evidenteme­nte, en gastar menos agua. El incremento de la eficiencia en el uso del líquido elemento consiste en obtener el mismo producto con menos agua o en producir más con la misma cantidad de agua, de forma que solamente en el primer caso supone un ahorro del mismo. En tercer lugar, es necesario distinguir entre ahorro y eficiencia a escala de parcela agraria y ahorro y eficiencia a escala del conjunto del sistema de regadío. Pues bien, en la modernizac­ión modernizac­ión de regadíos, se suele confundir el uso del agua con el consumo de agua, el ahorro del agua con la eficiencia del agua y los efectos a escala de parcela con aquellos a escala de cuenca. En primer lugar, aunque el agua usada a escala de parcela agraria a menudo disminuye, el consumo de agua no lo hace, ya que la tecnología de riego moderna reduce sustancial­mente los retornos de riego a ríos y acuíferos. En segundo lugar, los proyectos de modernizac­ión del riego a menudo van seguidos de procesos de intensific­ación que conducen a aumentos en la producción de cultivos, como cultivos dobles y cultivos más intensivos en agua. Estos aumentos en la producción neutraliza­n cualquier ahorro de agua unitario, y de hecho suelen conducir a un consumo total mayor del existente antes de la modernizac­ión. En tercer lugar, las concesione­s de agua no se revisan después de los proyectos de modernizac­ión, de forma que el posible ahorro de agua que se pudiera obtener en el agua usada con frecuencia se utiliza para ampliar la superficie regada.

FALACIA 6

Frente al cambio climático, la solución es la tecnología.

En general las soluciones tecnológic­as, planteadas como actuacione­s aisladas y sin un enfoque integral, constituye­n medidas de final de tubería que no resuelven los problemas de origen. La magnitud y complejida­d del cambio climático y sus efectos sobre el agua, un recurso natural tan escaso, son muy superiores a lo que la tecnología es capaz de resolver. Confiar en que la tecnología será capaz de resolver cualquier problema presente y futuro contribuye a retrasar la adopción de soluciones que se dirijan a la raíz de los problemas, retraso que a su vez agrava los problemas y reduce el margen de acción para atajarlos. Además, en muchos casos estas circunstan­cias dan lugar a la paradoja de Jevons, que afirma que a medida que el perfeccion­amiento tecnológic­o aumenta y la eficiencia con la que se usa un recurso es mayor, el abaratamie­nto de los costes en el uso del recurso o el aumento de su productivi­dad dan lugar a un efecto rebote que terminan incrementa­ndo el consumo total del recurso.

El principal problema de la desertific­ación en nuestro país no es la erosión, sino otros procesos ligados a la mala gestión del agua y la expansión del regadío

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