La importancia de capitalizar Madrid
Madrid es la capital de España. Podríamos decir que eso es una verdad que resulta innegable tanto para cualquier separatista regional español como para un unionista. Por supuesto, para el separatista será una verdad negativa y centralista, y para el unionista será un hecho positivo y ordenado. Lo que queda fuera de discusión, en cualquier caso, es la importancia –para bien o para mal– que sigue teniendo la capitalidad en los núcleos urbanos. Bien mirado, quizá lo pertinente ahora sería preguntarse si en la Europa post son todavía las ciudades quienes ejercen capitalidad o esa importancia se ha desplazado a las comunidades que las rodean y su red de influencia administrativa, territorios constituidos por varios núcleos urbanos y que congregan poblaciones medias de entre dos y diez millones de habitantes. A la espera de que demógrafos y sociólogos descifren esos arcanos, nosotros los comentaristas lo que podemos hacer es jugar con las palabras y contemplar como lo más interesante de la campaña electoral madrileña probablemente será observar quién es más hábil y decidido a la hora de capitalizarla. El poder icónico y simbólico de la capital y su comunidad es tal que incluso políticos como Pablo Iglesias, quien ve tambalearse su fama, busca reverdecer su brillo prefiriendo competir por la comunidad antes que hacer algo de positivo en el Gobierno central. Puede que el autonomismo sea el verdadero mecanismo de poder de futuro (no el federalismo, ni el nacionalismo, ni el regionalismo) y si no que le pregunten a Núñez Feijóo por qué ha preferido quedarse ahí instalado en Galicia.
En la Comunidad Autónoma de Madrid existe una figura carismática que es Isabel Díaz Ayuso. Se puede estar a favor o en contra de ella, pero lo que está claro es que no deja indiferente a nadie. Sus rivales se esfuerzan demasiado –y demasiadas veces– en intentar convencer a quien quieran oírles de que es peligrosa. Quizá porque porque en realidad para quien resulta peligrosa es para los intereses de sus competidores. Finalmente, el efecto de todos esos esfuerzos propagandísticos desemboca en un planteamiento drástico: a Ayuso se la ama o se la detesta en general con la misma poca base en ambos casos. Observando a Pedro Sánchez, Ayuso ha aprendido que la característica de las figuras del actual tiempo político es saber caminar por el finísimo filo que separa lo popular de lo populista. Siguiendo esa línea, ha tratado a la pandemia en Madrid como un contra poder a las medidas de Sánchez y, dado que sus números no son ni mejores ni peores que los de los demás, ha conseguido un eco importante entre la población madrileña que le permite intentar órdagos como el actual de adelantar las
Se puede estar a favor o en contra de Isabel Díaz Ayuso, pero lo que está claro es que no deja indiferente a nadie
elecciones a mayo.
No es ese el estilo de Casado, quien tiene que lidiar ahora con esa estrella en ascenso dentro de su propio partido. Su posición no es fácil: si no colabora en la campaña, se le acusara de boicotearla por celos políticos; si colabora con poderosa energía se le acusara de intentar patrimonializar unas iniciativas que todo el mundo ha visualizado claramente que no eran suyas; y querer capitalizar así los posibles beneficios políticos. En uno u otro caso, la controversia está servida. Nos espera una campaña con muchos momentos de severo marcaje de territorio. Seis semanas intensas, donde lo único seguro es que va a ser muy difícil incrustar el mensaje antipolarización porque, desde el principio, todo movimiento ha seguido en esto la senda de la audacia y lo sensacional, de lo aguerrido. Una senda muy de la Comunidad madrileña, pero un terreno incómodo para Casado.