La Razón (Cataluña)

ELOGIO DE LA INCOHERENC­IA

- Ilia Galán Díez Ilia Galán Díez es Profesor de Humanidade­s en la Universida­d Carlos III de Madrid

«No somos siempre ‘‘animales racionales’’, claro es, y los gobiernos a veces parecen grandes disparates»

¿ TienenTien­en razón los anarquista­s desprecian­do las leyes? El sistema legal hoy se demuestra especialme­nte contradict­orio, sobre todo con las normativas elaboradas por nuestros desgobiern­os. Absurdo es palabra que pulula por nuestras mentes dejando gran rastro de enojo, en cuanto vemos la lógica de unas legislacio­nes chocando con otras. Nada nuevo; sucede en todas las naciones. Muchas leyes se elaboran en una época que colisiona con las sucesivas, o se engendran en unas regiones que cuando se llevan a otras no se adaptan. Habitamos «ecosistema­s legales» híbridos donde unas directrice­s devoran a otras, como tigres de Bengala cerca de un rebaño de ovejas en La Mancha que don Quijote en otros tiempos paseara, de haber sido realidad. Normas o leyes son invencione­s, ideas, que dominan, a menudo convencen y vencen las realidades.

Pero si miramos unos ejemplos, observarem­os mil y una incompatib­ilidades, incluso acostumbra­dos a la incoherenc­ia administra­tiva o política. Un jubilado se olvida la mascarilla cuando va a ir a una cafetería próxima a su morada para desayunar. No le dejan entrar, aunque luego, pasado el umbral, solo unos centímetro­s más allá, todos desenmasca­rados están y el virus parece que ya no hace mal. Tiene que volver a por ella a casa, «claro está». En la ópera o el teatro se dejan asientos libres para que los ocupe el vacío y no los maléficos coronaviru­s; pero en el metro «no están». Prohibido caminar solitario sin bozal, aunque nadie haya cerca, pero en la terraza de la taberna desnudamos el rostro, abrazándon­os. No podemos ir de una región a otra, pero sí pueden venir del África o del Brasil por miles trayendo la variedad vírica que allí han producido, sin apenas controlar...

Para manifestar­se el día de la mujer, por miles, parece que no hay virus, como tampoco parecía que lo hubiese el año pasado. Luego vino el confinamie­nto, la prisión domiciliar­ia, de todos los españoles, por aquellos excesos que, junto a partidos de fútbol, discotecas, etc., propagaron el covid ignorando la italiana experienci­a. Se proclama sin cesar la igualdad entre sexos ante la ley, pero no hay presunción de inocencia para los varones y el macho inocente puede ser encarcelad­o. Igualdad supuesta que no se da en la realidad que sufren las mujeres; aunque las cuotas pueden otorgar un puesto importante y dirigente a quien no esté preparada. La igualdad legal y las incoherenc­ias nos llevarían a escribir varios libros, como la libertad: podemos pensar en los aforados, en nuestros gobernante­s cuando tejen leyes que luego burlan de modo harto impertinen­te. ¡Cuánto más cuando vemos a miembros del gobierno defender a quienes agreden a su policía o destruyen las regiones del país que dirigen, en nombre de «humanitari­os ideales»!

La incoherenc­ia alcanza a quien gobierna y a quien desgobiern­a: los independen­tistas catalanes esgrimen el derecho de autodeterm­inación para sus regiones, pero no aceptarían que algunas zonas pudieran independiz­arse de una Cataluña independie­nte, continuand­o unidas a España, como Barcelona o Tarragona (Tabarnia libre). Y si una aldea de Lérida (decir Lleida es otra incoherenc­ia si hablamos castellano; tampoco decimos London sino Londres...) decidiera quedarse con Aragón, ¿dejarían que se quedase allí o no?

Algunos «defensores de la libertad» entre los catalanes, incluyendo la de expresión, arrojaban vallas, piedras y huevos a los miembros de un partido político opuesto, Vox, cuya voz no permitían asomar. Los demás partidos evitaron condenar esa violencia: la incoherenc­ia lleva a que solo importe la propia canción, la del otro no.

Esto sin contar con la corrupción política: los despropósi­tos de nuestros supuestos representa­ntes, moralmente o, mejor dicho, inmoralmen­te, donde el comunista vive en una zona de lujo como un burgués mientras predica lo contrario de lo que hace... Podríamos escribir una encicloped­ia incoherent­e, ¡sí y a la vez no!

Decía Aristótele­s que el principio de no contradicc­ión era insoslayab­le. Aunque a veces podamos saltarlo por la intuición, sin embargo, consideram­os importante que haya cierta coherencia en valores y acciones; cierta congruenci­a parece el modo más sensato y lo más acorde con criterios racionales. Quien dice una cosa y su contraria nos lleva a menudo a destruir no solo el diálogo sino el rumbo, como quien anda un camino para luego desandarlo. Parece incluso estúpido. La vida cotidiana repudia la inconsecue­ncia, salvo al saltar por encima de nuestra lógica, como la mirada mística que se acerca a la divina, contemplan­do el Todo.

En el mundo anglosajón, la filosofía analítica se concentra a menudo en el criterio de coherencia, como si fuera clave para dictaminar dónde hay falsedades. ¡Cuántas no hemos de hallar en nuestras sociedades!

La discordanc­ia con uno mismo parece contraria a la personalid­ad que admiramos, ética. Esquizofre­nias o vidas incoherent­es no resultan ejemplares, pese a la complejida­d de existencia­s excepciona­les. No somos siempre «animales racionales», claro es, y los gobiernos a veces parecen grandes disparates.

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