Hitler, un rabioso artista frustrado
Hitler aparece vinculado al arte, pero siempre de forma frustrada cuando no esquinada. Pretendió estudiar arquitectura, aunque carecía de titulación académica; intentó ingresar en la escuela de arte, y fue rechazado: sus paisajes son aceptables, y sin embargo las figuras humanas resultan deficientes; se evidencia al examinar las postales con las que subsistió precariamente en Viena y Múnich y lo mismo se observa en sus dibujos de la Gran Guerra. De niño se interesó por la música y tanto deseó un piano que su madre forzó su modesta economía para comprárselo. Apenas recibió unas clases: enseguida lo calificó de «instrumento estúpido incapaz de interpretar sus ideas musicales». Durante su pubertad en Linz se aficionó a la ópera y no se perdía una, sobre todo, las de Wagner, y lo mismo en Viena cuando tenía dinero. Sus biógrafos han visto en esta afición las bases de su arte en la oratoria. Luego fue asiduo de los festivales wagnerianos de Bayreuth, pero parecía más interesado en el espectáculo que en la música: de hecho, raramente asistía a un concierto. Sus gustos estéticos eran fríos y clásicos y así los hizo interpretar a Speer y a Breker, arquitecto y escultor, respectivamente, y así pretendía que fuera la nueva ciudad de Linz, en cuya maqueta trabajaba a ratos con Speer. Casi todo lo moderno le parecía «arte degenerado», de modo que gran parte de la pintura alemana de los años veinte a cuarenta fue prohibida y recogida para destruirla. Göbbels la salvó vendiéndola en el extranjero.