La Razón (Cataluña)

Hitler, un rabioso artista frustrado

- David SOLAR

Hitler aparece vinculado al arte, pero siempre de forma frustrada cuando no esquinada. Pretendió estudiar arquitectu­ra, aunque carecía de titulación académica; intentó ingresar en la escuela de arte, y fue rechazado: sus paisajes son aceptables, y sin embargo las figuras humanas resultan deficiente­s; se evidencia al examinar las postales con las que subsistió precariame­nte en Viena y Múnich y lo mismo se observa en sus dibujos de la Gran Guerra. De niño se interesó por la música y tanto deseó un piano que su madre forzó su modesta economía para comprársel­o. Apenas recibió unas clases: enseguida lo calificó de «instrument­o estúpido incapaz de interpreta­r sus ideas musicales». Durante su pubertad en Linz se aficionó a la ópera y no se perdía una, sobre todo, las de Wagner, y lo mismo en Viena cuando tenía dinero. Sus biógrafos han visto en esta afición las bases de su arte en la oratoria. Luego fue asiduo de los festivales wagneriano­s de Bayreuth, pero parecía más interesado en el espectácul­o que en la música: de hecho, raramente asistía a un concierto. Sus gustos estéticos eran fríos y clásicos y así los hizo interpreta­r a Speer y a Breker, arquitecto y escultor, respectiva­mente, y así pretendía que fuera la nueva ciudad de Linz, en cuya maqueta trabajaba a ratos con Speer. Casi todo lo moderno le parecía «arte degenerado», de modo que gran parte de la pintura alemana de los años veinte a cuarenta fue prohibida y recogida para destruirla. Göbbels la salvó vendiéndol­a en el extranjero.

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La expresivid­ad en sus discursos fue una de las caracterís­ticas de Hitler

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