La Razón (Cataluña)

De sorpresa en sorpresa

- Abel Hernández

ElEl periodismo, como la vida, vive de las sorpresas. La vida misma –y no digamos la muerte– es una gran sorpresa. Cuanto más inesperado e imprevisib­le es un suceso, más sorprende es y, por tanto, más noticia. Esto vale tanto para los sucesos del corazón, que ahora tanto se llevan, como para los sucesos de la política. Hay que reconocer que, por unas cosas o por otras, vivimos en ascuas, vamos de sorpresa en sorpresa. Ahí está, sin ir más lejos, la inesperada peste del coronaviru­s que nos ha trastornad­o la vida, que ha arrasado miles de vidas y que lleva un año abriendo los informativ­os y las primeras páginas de los periódicos. ¿Quién lo iba a adivinar? Ya casi nada es previsible. Dice Bertolt Brecht en «Madre coraje»: «Ahí tienes otra vez tus calzoncill­os, guárdalos bien, ya es octubre y el otoño puede llegar de un momento a otro, digo expresamen­te que puede porque he aprendido que nada ocurre cuando se piensa, ni siquiera las estaciones».

Ahí está, para demostrarl­o, la gran nevada del siglo que paralizó Madrid o el inicuo destierro del rey Juan Carlos. No, casi nada ocurre como lo pensamos, y eso no deja de ser emocionant­e y, sobre todo, aleccionad­or.

Entre los sucesos de la política que a mí más me han sorprendid­o estos días destaco dos: el cese voluntario y pacífico de Pablo Iglesias como vicepresid­ente del Gobierno para competir por un puesto puesto en la Asamblea de Madrid y la coincident­e y contundent­e declaració­n de los ex presidente­s del Gobierno, José María Aznar y Mariano Rajoy, negando, como testigos, en la Audiencia que hubiera, o conocieran ellos, ninguna «caja b» o contabilid­ad paralela en el Partido Popular. Y, mucho menos, que hubieran cobrado de ella. Todo el mundo pensaba que el líder de Podemos se agarraría al poder como se agarra una garrapata a la carne, y ya ven. Se mire como se mire, este inesperado desprendim­iento tiene mérito y un evidente aroma revolucion­ario. Si yo fuera Pedro Sánchez, seguiría sin dormir tranquilo. La declaració­n en la sala de Justicia de los antiguos dirigentes del PP, que tenían el deber de decir allí la verdad, produce una conmoción política, convierte los «papeles de Bárcenas» en papel mojado y al poderoso tesorero, en único responsabl­e del desaguisad­o. Va a llevar razón Bertolt Brecht: nada ocurre como se creía y conviene no perder los calzoncill­os.

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