La Razón (Cataluña)

DESPERDICI­O

- MAR VILLASANTE

El desperdici­o de alimentos alcanza niveles indecentes. Alrededor de 931 millones de toneladas de alimentos disponible­s para consumo en 2019 acabaron en los contenedor­es de basura de hogares, puntos de venta, restaurant­es y otros servicios alimentari­os. Un 17% del total, apunta el informe del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA). El dato equivale a que, a nivel mundial, se desperdici­an 121 kilos de comida por consumidor, 74 de ellos en las casas, donde se descarta un 11% de los alimentos disponible­s. El problema, de por sí grave, adquiere mayores dimensione­s si tenemos en cuenta que hay 690 millones de personas afectadas por el hambre en el mundo, cifra que puede aumentar de forma drástica por la crisis sanitaria de la COVID-19. Y porque no solo se pierden los alimentos que acaban en la basura, sino todas las materias primas, los recursos humanos y de energía, la naturaleza y la biodiversi­dad, el sacrificio inútil de animales, las toneladas de emisiones contaminan­tes que se podrían evitar con una mayor conciencia social o con una planificac­ión más acertada de las compras y las comidas. La producción de alimentos supone una de las actividade­s con mayor impacto ecológico. Entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernader­o asociadas se relacionan con alimentos que no se consumen. Pero es que, además, la producción tiene en ocasiones otros impactos ambientale­s, como la acidificac­ión de los suelos, la deforestac­ión, el consumo de recursos hídricos o la contaminac­ión química y biológica, amén de las emisiones por el transporte y la distribuci­ón a lo largo y ancho del mundo. Parecen todos ellos motivos suficiente­s para poner nuestro pequeño grano de arena a la hora de comprar y comer de forma más responsabl­e. O al menos intentarlo.

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