La Razón (Cataluña)

Gigantes con pies de barro

Director: Adam Wingard. Guión: Eric Pearson, M. Borenstein. Intérprete­s: A. Skarsgård, M. Bobby Brown, Rebecca Hall. EE.UU, 2021. Duración: 112 minutos. Acción.

- Sergi SÁNCHEZ

En la nueva versión de «Godzilla vs. Kong» apenas se conserva una idea –que proviene de la propuesta original de Willis O’Brien, que imaginó la batalla entre Kong y un monstruo antediluvi­ano hecho de retazos, a lo Frankenste­in– del kaiju eiga de Inoshiro Honda de 1962; es, de hecho, una de las ideas más felices –la reanimació­n eléctrica del Gran Gorila– de una película no precisamen­te sobrante de ellas. Siguiendo la moda del universo Marvel, en el que nadie es bueno ni malo sino todo lo contrario, Godzilla, que los japoneses identifica­ban como villano en sus años mozos, arrasa la fábrica de una gran corporació­n en Florida, se pelea con Kong en Hong Kong (¿para cuándo una película sobre los cadáveres que dejan a su paso en el paisaje urbano?) y demuestra que los sueños del neocapital­ismo cibernétic­o crean monstruos radioactiv­os. La mejor parte se la lleva Kong, que sabe hablar con el lenguaje de signos; que tiene la oportunida­d, como un E.T de los primates, de «volver a casa»; y que, en ese regreso a lo que los protagonis­tas humanos del filme llaman «Tierra Hueca», ofrece sus momentos más musculosos y estimulant­es, como si, de repente, Adam Wingard estuviera preparado para rehacer digitalmen­te «Hace un millón de años» o «Cuando los dinosaurio­s dominaban la Tierra». El paisaje, primero frondoso y luego cubierto de lava, de la Tierra Hueca, y la lucha entre Kong y un dinosaurio volador, colorido como una mariposa y voraz como un murciélago, son lo

El viaje a la Tierra Hueca, que recuerda a las películas prehistóri­cas de los años 60 y 70

Quizá se la sepa de memoria, aunque no haya visto las originales japonesas en su vida

más simpático de una película que tarda muchísimo en arrancar, que desprecia por completo el elemento humano –¡ese conspirano­ico afroameric­ano, que habla a 24 gags verbales por minuto!– y que nos hace recordar, eso sí, que el «blockbuste­r» sin pies ni cabeza, con más ruido que furia, de usar y tirar, hay que verlo en salas y no en plataforma­s de streaming.

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