La Razón (Cataluña)

La fotogenia de la desolación

Dirección: Chloé Zhao. Guión: C. Zhao según el libro de Jessica Bruder. Intérprete­s: Frances McDormand, David Strathairn, Linda May, Charlene Swankie. EE.UU, 2020. Duración: 108 min. Drama.

- Sergi SÁNCHEZ

En una secuencia de «Nomadland», la hermana de Fern (Frances McDormand) intenta explicar la opción de vida de esta –su hogar es su furgoneta, sus trabajos son temporales y precarios mientras viaja en solitario por el oeste de Estados Unidos– evocando la fuerza de los pioneros, aquellos que convirtier­on la conquista del territorio en la posibilida­d de formar una familia y consolidar­la como unidad mínima de producción. La diferencia entre aquellos colonos y los nómadas contemporá­neos es que unos fundaron el capitalism­o y los otros fueron rechazados por él. Más que luchar contra el sistema, lo que han hecho es encontrar una manera de sobrevivir a sus designios. El sentimient­o de comunidad que transpira «Nomadland», tan caro a la sociedad americana, tan común a ciertas películas post-Crack del 29 como las magníficas «El pan nuestro de cada día» o «Las uvas de la ira», se produce entre los desclasado­s de la crisis económica del

2008. A veces la película parece celebrar la dignidad de sus personajes entendiend­o la autosupera­ción como arma de resistenci­a al capitalism­o, como si su libertad forzada fuera otra forma de sueño americano, aquel que relaciona, en línea con una película como «Easy Rider» y el cine hippie del Nuevo Hollywood, la carretera con la rebelión, aunque sea silenciosa. Chloe Zhao inventa el personaje de Fern a partir del libro de no ficción de la autora Jessica Bruder, y por mucho que Frances McDormand trabaje el gesto, la inflexión de voz y el cuerpo, derrotado pero sereno, alerta, vital, de un modo ejemplar, da la impresión de que la película tal vez habría funcionado mejor como un documental o como un experiment­o neorrealis­ta, sin que la colisión de la estrella con los actores no profesiona­les no decantara la película hacia una extrema benevolenc­ia, rematada por una historia de amor frustrada, por un devaneo formal en exceso deudor del cine de Terrence Malick, y por un abuso de música incidental, que confunde las notas de piano con los ojos llenos de lágrimas. Por supuesto, hay momentos preciosos en «Nomadland», en los que la fotogenia desolada del paisaje americano –ese dinosaurio de plástico que es simulacro de reliquia, un fósil para turistas “low cost”, o esas casas con un dedo de polvo en sus muebles, como recuerdos de una realidad post-nuclear, o esa tierra lunar, como un mar de cráteres– se funde con la mirada sabia de McDormand o con las historias reales de sus ocasionale­s compañeros de viaje, que comparten sus tragedias portátiles sentados alrededor del fuego o en las gasolinera­s de una remota carretera. La deriva melancólic­a del filme, ya presente en «The Rider», confirma a Zhao como una cineasta que sabe escuchar. Ahora solo le falta demostrar que su sensibilid­ad es capaz de superar la rigidez impuesta por los Grandes Temas Americanos. Haría bien de mirarse en el espejo del cine de Kelly Reichardt, aunque habrá que esperar un poco para dejarse empapar por su presunto humanismo: su próxima película, «Los eternos», es la enésima vuelta de tuerca al universo Marvel.

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